jueves, 4 de abril de 2013

Amigos invisibles

      Hay una musa sentada junto a mí. Me mira con expresión suplicante "Hazme caso", dice. "Escribe un ratito", insiste. Me sorprende verla tanto por aquí últimamente. Le ha crecido mucho el pelo, me cuesta reconocerla, y le brillan los ojos mucho más que de costumbre.

      Me parece que tiene envidia... Sí, sí, envidia. Se han cruzado en su camino varias de sus compañeras últimamente y le tienen muy sorprendida los logros de sus protegidos. No se da cuenta de que, en todo caso, la inspiración es sólo un grado y que los inspirados son los que acaban marcando la diferencia. Mi pequeña musa tuvo que sentirse aún más pequeña ante lo que tuvimos el placer de presenciar el otro día.

      Hay personas que son arte en sí mismas. Asier Etxeandía es, sin duda alguna, una de ellas. Llenar un escenario por sí mismo, lograr conmover cantando desde Chavela Vargas a Rolling Stones, pasando por Madonna o Camilo Sexto, emocionar desde ese monólogo en el que cuenta su infancia, salpicado de risas y lágrimas, no creo que esté al alcance de muchos.

      Mi musa estuvo dándome codazos durante todo el concierto, tan consciente como yo de que había algo que El Intérprete y yo compartíamos, algo que seguro es común a tantas personas como espíritus medianamente artísticos hay en el mundo. Asier situó su historia en 1984 cuando, a sus 9 años, ya soñaba con ser cantante y tenía como público a su grupo de amigos invisibles. Casi 30 años después, nosotros, su público de aquella noche y de las cientos de éxito que le esperan, nos convertimos en sus amigos invisibles.

      Llevo toda la vida escribiendo para lectores invisibles. Ni siquiera recuerdo cuándo empecé a escribir. Supongo que en el mismo momento en que me atrapó la Lectura, la Escritura lanzó un dardo envenenado de deseo y necesidad por las Letras, y caí en sus redes para siempre. Escribía cuentos, diarios, poemas... La mayor parte de las veces todas mis páginas acababan en la basura. Otras, muy pocas, apenas ninguna, aquello acababa en manos de algún familiar, pero nunca me sentí cómoda dejando que otros leyeran en mí, porque de alguna manera cada palabra que escribía era una puerta abierta al interior. Lo cierto es que yo nunca supe escribir ficción... Cada línea que he escrito a lo largo de todos estos años era un camino directo a mi corazón, y no era nada fácil ser una niña tan extraña.

      Fui una adulta en el cuerpo de una niña; más tarde fui una adulta en el cuerpo de una adolescente; afortunadamente el tiempo acabó haciéndome encajar conmigo misma y empezó a ser más sencillo abrirme al mundo. Comencé a escribir cartas de forma incesante, y mis amigos invisibles, a veces, tomaban el cuerpo de alguien cercano para recibirlas. Escribí cartas de amor, cientos. Las primeras acabaron hechas trizas por mí misma consumida por la rabia de un amor no correspondido, otras en algún cajón, presas de la vergüenza, las demás, la mayoría, acabaron en manos de quienes tenían que leerlas. He de reconocer que sería maravilloso recuperarlas...

      Las cartas se convirtieron en mails. Mis amigos invisibles fueron teniendo cara y nombre. Me leíais uno a uno, pero me leíais. Mis amigos invisibles ya eran lectores individuales. Si lleváis unos cuantos años conmigo, seguramente tengáis más de uno en vuestro recuerdo. Si he tenido algo importante que deciros, seguramente lo habréis leído, y no escuchado. Si me habéis querido, si os he querido, seguramente lo hayáis leído más veces de las que lo haya verbalizado.

       Y hace tres años los mails se convirtieron en este blog, y ahora sí, mis queridos amigos invisibles, esos que estáis leyéndome con más o menos atención, tenéis todos cara y nombre, aunque para mí, muchos de vosotros seguís y seguiréis siendo invisibles... ¿Y sabéis qué? No sólo no me importa sino que me parece algo hermosísimo. Jamás creí vivir algo parecido a la emoción de estas dos últimas semanas. Casi 300 personas leyeron el último post... Personas que no me conocen disfrutaron de él. Amigos invisibles me dedicaron su tiempo y su cariño.

       Ya no pido mucho más. Quizá esos días han sido esos 15 minutos de gloria que se supone todos vivimos en la vida. Si es así, los míos han sido inolvidables. Me conformaría con que alguno de esos lectores circunstanciales salidos de la vorágine de Venidos a Menos hubiera decidido volver a pasarse por aquí. Amor es un teatro lleno, decía El Intérprete. Amor es lo que yo siento por vosotros, amigos visibles e invisibles, cuando sé que os hago disfrutar unos minutos con mi musa. No os vayáis.

Maya

      PD- No contesté a los comentarios del post anterior. Disculpadme. Durante días sólo pude pensar "GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS..."