jueves, 11 de julio de 2013

De cuentos y princesas

          De niña sólo había dos cosas que me apasionaran, leer y escribir. Como podéis comprobar, con el paso de los años, nada ha cambiado en demasía. He añadido alguna pasión más, pero las heredadas de mi infancia permanecen inalterables.

            En mi memoria pervive el recuerdo de mis dos primeros "grandes escritos". Uno fue una historia sobre marcianos en la luna (más tarde descubrí que no eran marcianos, sino selenitas, pero uno no le puede pedir tanto a una niña de 7 años). Fue un regalo para mi tío. Lo escribí muy pequeñito y lo encuaderné usando hilos de lana y una cartulina con sus protagonistas dibujados a modo de portada.

          Mi siguiente recuerdo es de un relato. Poco mayor sería yo entonces, pero ya dejaba entrever la reina del drama en la que me acabaría convirtiendo. Era la historia de un niño que tenía cáncer. "Te pareces a Martín Vigil", decía mi madre. Años más tarde leí algún libro de aquel escritor. Mi madre tenía razón...

          ¿Os puedo contar un cuento...?

        Erase una vez una pequeña princesa. Tenía apenas 9 años y era casi perfecta (no creo en la perfección. Cuando menos, uno puede tener un granito en la nariz) Era tan bonita y tan encantadora que a aquella profesora de inglés que contrataron para darle clase le suponía un auténtico placer cada uno de sus encuentros. Sus ojos verdes siempre sonreían y llevaba una hermosa melena rubia, como Rapunzel... 

         Era la mejor alumna que tenía aquella profesora. Las clases eran pura diversión para ambas. Se sentía tan orgullosa de su princesa... Sus calificaciones mejoraron casi hasta la perfección (no se puede ser perfecto. Cuando menos, uno puede equivocarse en un verbo irregular) y se sentía feliz de destacar en su clase y de que sus profesores alabaran su pronunciación y su magnífico acento. "Tendrás una profesora nativa..." "Pues no..." Y las dos, profesora y alumna, no cabían en sí de alegría.

         Lo que más deseaba en el mundo la pequeña princesa era ir a clases de equitación. Los caballos eran un sueño para ella y le rogaba a sus padres para que cedieran. Su profesora le decía que no dejara de insistir, que algún día lo conseguiría. Un tiempo después la princesa le contó que sus padres habían accedido, pero advirtiéndole que no habría dinero para una segunda actividad extra escolar. Tenía que elegir entre los caballos y el inglés... "Y yo quiero que tú vengas siempre...", le dijo a su profesora. Aquel momento sí fue perfecto, o así sintió la profesora que lo era...

        El calendario siguió avanzando. La princesa tenía 11 años y su profesora encontró otro trabajo. No había lógica en aquellos horarios, y concertaron sus encuentros para los sábados por la mañana. Pensaréis que aquello era un sacrificio para la profesora, pero aquellas clases eran tan gratificantes, que nunca supuso el más mínimo esfuerzo.

      La princesa seguía siendo la más brillante de su clase y mientras tanto, iba creciendo para convertirse en una adolescente etérea con aquella melena rubia y esos ojos penetrantes.

        Pero, como ya sabéis, en cualquier cuento de hadas que se precie, hay personajes malvados. El jefe del nuevo trabajo de la profesora resultó ser un ogro gruñón que le prohibió dar clases particulares, y para ello le cambió el horario, obligándole a que saliera de trabajar a las 8 de la tarde. El resto de sus alumnos buscaron otra solución, otros profesores, pero la princesa se negó. "Lo importante es que vengas", le decía, "aunque sea a las 9 de la noche..." Y así lo hacían, con gusto, ambas protagonistas de nuestro cuento.

        Y de pronto, sin aviso ninguno, más que un ligero dolor de espalda (podríais pensar que era el guisante bajo el colchón...) un rey malvado cuyo nombre empieza por una terrorífica "C" la secuestró el 21 de noviembre... Lleva 8 meses encerrada en la torre más alta de un castillo al que llaman hospital. El rey malvado la retiene y la tortura hasta la extenuación. Le ha arrancado su magnífica melena, montones de kilos y su buen humor, pero no ha podido robarle su hermosa mirada. Su profesora pelea con todas sus fuerzas para que no le quite también esa maravillosa sonrisa que ilumina como el sol, pero el Rey C, es fuerte, mucho más fuerte de lo que nadie pensó, y mientras la mantiene atada a la cama con cuerdas a las que llaman "vías", "sondas", "dispensarios"... su luz se debilita... Es tan débil que su profesora está muy asustada...

       Hasta aquí nuestro cuento, que por ahora, no tiene final... ¿Os acordáis de la niña que escribía como Martin Vigil? Si no recuerdo mal, y la buena memoria es una de mis grandes virtudes, tras un par de folios de letra redondita y apiñada, a aquel niño, ya al borde de la muerte (si es que mi madre tenía razón... Mira que era dramática la niña aquella que fui) se le aparecía un hada que le concedía un deseo y el pequeño se curaba... ¿Inventamos un final para la princesa de nuestro cuento??

       Una mañana, como cualquier otra mañana, la princesa despertó, triste, como cada día, pues seguía encadenada a aquella cama cruel que se había convertido en su peor enemigo... Y de pronto, la puerta se abrió y apareció su Príncipe salvador. No tenía aspecto de príncipe. En vez de armadura, vestía una bata blanca y en lugar de una espada, blandía un fonendoscopio. "¡Hemos vencido!", gritó emocionado, "Hemos acabado con el Rey C... Como te ha tenido tanto tiempo encerrada vas a tardar un poquito en encontrarte bien del todo, pero seguro que en unos meses podré ir a buscarte en mi caballo (recordad que era un príncipe. ¡Por supuesto que tenía caballo!!) y cabalgaremos felices hacia el horizonte.

         Y fueron felices para siempre, la princesa, su familia, el caballo y aquella profesora de inglés que durante meses hizo todo lo que pudo para que aquella princesa casi perfecta no perdiera su sonrisa...

 Ojalá, ojalá, ojalá algún día Laura pueda leer esto y sonreír conmigo, porque eso significará que aquella niña dramática que escribía cuentos para llorar, además tenía el don de la esperanza. Me niego a perderte, Laura, así que seguiremos luchando todo lo que haga falta luchar...

MAYA

sábado, 6 de julio de 2013

Micro mundos

"No sé si quedan amigos, y si existe el amor,
si puedo contar contigo para hablar de dolor
No sé si alguien me escucha cuando alzo la voz
y no sentirme sola...
Naces y vives solo..."

Como seguramente muchos de vosotros hayáis reconocido, éstas son las primeras líneas de la canción "Puede ser". Es una de mis favoritas y me acompaña en muchas de mis noches de insomnio, como la de hoy. Mientras la escuchaba y, como es habitual al hacerlo, derramaba alguna lagrimita, he pensado en algo y quizá si no lo plasmo ahora, mañana lo olvide.

En una sociedad globalizada, donde se supone no hay fronteras, en la que la comunicación virtual impera y nos hace estar conectados con cientos de personas a través de redes sociales, mensajería instantánea y aparatitos varios, en realidad creo que estamos más solos que nunca.

No sé si nos hemos autoimpuesto la individualidad o en realidad se ha convertido en un castigo, al que nos dirigía inexorablemente cierto tipo de comportamientos que hemos potenciado en los últimos años. Siendo como soy una especia de extraña ermitaña que parece no necesitar a nadie, cultivo mucho la soledad y ciertos hábitos y aficiones que se pueden desarrollar en solitario. Vivo en un micro mundo en el que, sobre todo y especialmente, dejo entrar a mis AMORES. Todos ellos - todos vosotros-  se han acostumbrado a estas dinámicas mías y no sólo las respetan, sino que vienen a complementarme, casi siempre, de una forma perfecta.

En mi micro mundo hay dos normas fundamentales, la de disfrutar plenamente de quien siento que de verdad me quiere, y por consiguiente no regalar mi tiempo y esfuerzo a quien no lo aprecia ni lo desea (ni seguramente lo merece) y la de nunca eludir la responsabilidad que supone ser un AMOR de alguien. Mis amores, lo aclaro, son esas personas a las que digo "te quiero", "te necesito", "tengo ganas de verte".

El problema de los micro mundos es que no hay dos iguales, y en cada uno rigen unas normas de comportamiento diferentes. Lo que en el mío es crucial en otro puede que no tenga ningún sentido, y de hecho, no lo tiene... A veces es tremendamente difícil aceptar las reglas de los otros en sus pequeños mundos. Giramos todos en una misma galaxia y de pronto el micro mundo que llevas delante de ti impone una regla nueva, que quizá tú no conocías, y frena, y provoca una colisión... Quizá no fue su intención, casi nunca lo es, pero tú de pronto te sientes frustrado y enfadado pensando por qué tu mundo y el suyo no llevan una misma velocidad. Tú estás convencido de que ibas a la correcta, que lo estabas haciendo todo bien, y, sin embargo lo golpeas. A veces es un toque sin importancia; otras, el accidente provoca daños en tu micro mundo o en el suyo...

Uno piensa que cuando se hace mayor va a tener un poder absoluto sobre su micro mundo y lo que le rodea. Parece que todos tuviéramos muy claras las ideas de hacia dónde nos dirigimos y con quién. No es cierto, nunca lo es. De pronto en tu galaxia pierdes de vista alguno de los planetas y quizá alguna vez lo veas girando en una órbita nueva, diferente a la tuya, paralela. Nunca más os cruzaréis. Saltas de rabia sobre ese mundo tuyo porque no lo esperabas, porque no te parece justo; saltas tanto que haces que todo se tambalee; de pronto, te detienes. Seguramente ese pequeño mundo no tenía ningún interés en seguir en su órbita, o simplemente necesitaba un cambio.

Otras veces, pequeños planetas que siempre te pasaron desapercibidos pasan a ser fundamentales en tu órbita, en tu equilibrio, y te planteas cómo pudiste alguna vez orbitar sin ellos flotando junto a ti.

También hay órbitas que se cruzan de vez en cuando con la nuestra. Hay que tener mucho cuidado, porque al no estar acostumbrados unos micro mundos a los otros, las probabilidades de colisión aumentan. Reconozco que a mí no me emocionan ese tipo de órbitas cruzadas. Ahí peco de egoísta, me gusta gravitar siempre acompañada, saber que los otros micro mundos, mis AMORES, siempre están, pero, una vez más, las reglas de los otros puede que no coincidan con mis deseos y a veces no tengo más remedio que conformarme con esos cruces ocasionales.

Finalmente están aquellos que un día dejaron un hueco que ahora vuelven a ocupar. Resulta extraño, pero de alguna manera parece que nunca lo perdieron y rápidamente vuelves a encontrarte girando junto a ellos.

Desde hace muchos años pienso que la única persona que sé a ciencia cierta que va a estar conmigo hasta el final de mi camino soy yo misma, y por eso pretendo que reine siempre el orden en mi micro mundo (no lo consigo casi nunca, aunque sí respeto mis normas fundamentales) Bien es cierto es que, a pesar de ello, intento no colisionar con ningún otro y pongo todo mi amor y mi voluntad en que los micro mundos que gravitan junto a mí sean felices si está en mi mano. A veces siento un exceso de responsabilidad; otras, son ellos los que tienen que anclarme para que no pierda mi camino. Aunque me cueste entender vuestros micro mundos, mi galaxia sólo tiene sentido con todos girando.

Mi respuesta a todas las preguntas que plantea la canción al principio de micos son definitivamente sí

"Puede ser que la vida te guíe hasta el sol
 puede ser que el mal domine tus horas
 o que toda tu risa le gane ese pulso al dolor
 puede ser que lo malo sea hoy..."

Son casi las 3 de la mañana y el despertador sonará a las 8. Estoy escribiendo con el teléfono. En mi micro mundo hay otra regla que dice que hay que escribir cuando llega la inspiración. Os quiero. Tengo sueño.

MAYA