viernes, 6 de noviembre de 2015

Constelaciones, o cómo encontrar AMOR en el teatro.

      Yonqui del teatro. Así me llama una buena amiga. Teatrópata es otro adjetivo inventado que me han regalado hace poco y que me encanta. La realidad es que el amor por el teatro es algo que, no sólo me caracteriza, sino que, desde hace un tiempo, me define mejor que cualquier otra de mis aficiones, que por otra parte, están interrelacionadas entre sí (¿cómo entender el amor al teatro sin el que siento por la literatura, por ejemplo?)

        Como el resto de las cosas que amo, mi gusto por el teatro es compulsivo. Hace años que mi presupuesto de ocio lo dedico prácticamente íntegro a saltar de teatro en teatro, y organizo mis fines de semana en Madrid en función de las obras y espectáculos que tengo en mente. Mis mínimos, casi inexistentes, ingresos, no dan más de sí y renuncio a lo que haga falta para, una vez al mes, empaparme de artes escénicas.

        Es fácil elegir bien entre la amplia oferta de la cartelera. Las redes sociales juegan a mi favor, y las recomendaciones hacen que, la mayor parte de las veces, vaya “a tiro hecho”. La hora y media o el par de horas que paso dentro del teatro, se me olvida la vida, las penas, los problemas, las inseguridades a miles que me asaltan desde hace tiempo, se me olvida ayer y mañana, y sólo existe un texto y unos intérpretes sobre un escenario. El resto de mí y de mi existencia, simplemente, desaparece.

         De cuando en cuando el universo confluye conmigo y con mi corazón y sin poder explicarlo, una obra en cuestión me golpea, me sobrepasa, se me clava en el alma y se me mete tan dentro que me hace preguntarme cómo he logrado vivir sin ella hasta ese momento.

         Desde que el año pasado se estrenó Constelaciones, me vi curiosamente obsesionada por ella, sin tener más información que su éxito a nivel internacional, que la protagonizaba Inma Cuevas, cuya carrera sigo (y admiro profundamente) desde hace años, y que tenía un título que parecía hecho para mí. Compulsiones, ya os decía: pues las estrellas son una de ellas.

      Tardé más de un año en conseguir, por fin, ver la dichosa función. Imaginaos tantos meses de expectativas crecientes, de hacerte ideas y ensoñaciones y de evitar leer críticas y todo tipo de artículos para que no me destriparan nada. Por fin, en julio, llegó el momento…

          Ponerle palabras a lo que sentí aquella noche no es nada sencillo. Para mí el teatro es magia. Aquella noche, volé. Me sentí fuera de mí, como si flotara sobre el patio de butacas, como si no hubiera nadie más que yo en el maravilloso Teatro Lara, y cada palabra que salía de la boca de los dos imponentes actores fuera exclusivamente para mí, porque todo tenía sentido, porque sentía dardos en el corazón, porque una parte de la historia me toca de forma muy personal, porque hay estrellas tatuadas en mi cuerpo. Tuve un ataque de ansiedad intentando evitar un llanto escandaloso…

      Tener la oportunidad de charlar al finalizar la función con Fran Calvo, protagonista de la misma, fue el colofón de una maravilla de velada teatral. Su pasión por el texto, por su profesión, su sonrisa, su mirada de “creo firmemente en la verdad de lo que hago” explica por qué es un intérprete tan magnífico. Como le dije, el mejor piropo que le podía regalar, es que estaba al nivel de Inma Cuevas (y los que la hayáis visto en escena, entenderéis que es un piropazo). En ocasiones posteriores, he tenido la suerte de poder compartir, también con ella, mi pasión por su trabajo, y descubrir la encantadora persona que hay tras la actriz.

           Tras aquel día, he vuelto a ver Constelaciones dos veces más y he leído el texto en su versión original. Hace tres semanas tuve la suerte de ser espectadora de la función número 50. Lo que se creó allí aquella noche fue INOLVIDABLE. Imaginaos una sala llena de personas dispuestas a enamorarse de una obra y de unos intérpretes, un silencio respetuoso, tan sólo roto por las risas o los sonidos de llantos contenidos, una energía tan increíble que viajaba ida y vuelta entre actores y espectadores, que sentíamos aquella historia como si nos perteneciera a todos y cada uno de nosotros. En esta ocasión sí lloré. Lloré con la tranquilidad de la emoción, con lágrimas de agradecimiento, con sonrisa de tristeza, con la certeza de saber que ese recuerdo me acompañará siempre.

         ¿Que qué es Constelaciones? Es una historia de mil historias, es la consciencia de la fragilidad de la vida, es la sensación de que la risa y el llanto a veces son inseparables, es la certeza de que hay palabras que otros han escrito para ti, es la expresión teatral de la belleza más pura, es la constancia de que aquí y ahora, sólo Fran Calvo e Inma Cuevas pueden ser Roland y Marianne, y la seguridad de que, en mi corazón y en mi alma, esos personajes siempre tendrán sus miradas limpias, sus sonrisas francas y llenas de ilusión, y el amor a esa profesión a la que honran cada vez que se suben a un escenario.

       Este no es un blog de crítica teatral, pero no puedo por menos que recomendaros que vayáis a visitar los multiversos de Constelaciones en los Teatros Luchana. Lo sé, lo sé, ya os lo he recomendado cientos de veces. Ya sabéis, soy compulsiva…


MAYA.