miércoles, 18 de marzo de 2020

El amor en tiempos del coronavirus

Hace unos días utilicé este amago de absurdo homenaje a mi novela favorita de García Márquez para hacer una broma acerca de una tontería de Instagram. Sin embargo, lo que no pretendía más que ser una bobada divertida, se instaló en mi cabeza a modo de mantra y no puedo dejar de pensar en ello.

Cinco días llevo en este confinamiento necesario. Cinco, sólo cinco de los, me temo, muchos que se nos avecinan. Cinco días sin más contacto directo con nadie más que con mi vecina, de ventana a ventana, cuando salimos a aplaudir a las 8, y 5 minutos hablando desde la misma ventana con una amiga que volvía hacia su casa el domingo, tras un acto de solidaridad. 10 minutos de interacción social en 5 días. Y sí, yo disfruto de mi soledad más que nadie que conozco. Llega el fin de semana y soy feliz de encerrarme un par de días, sin necesidad de nadie más que de mí misma, mis libros, mis series. Y cuando se planteaba una hipotética situación como ésta (no como ésta, vive Dios, porque nadie esperaba algo tan dramático como esto...), yo pensaba, aparte de en la precaria situación económica en la que me dejaría, en la bonanza y la tranquilidad de pasar días y días dedicada a mí misma y a mis aficiones caseras.

Aquí estamos. Cinco días, cinco, y ya soñando con salir mañana al súper, porque necesito unas cosillas. Fantaseando, incluso, con qué ponerme, después de 5 días de sudaderas. Eligiendo el color de mi barra de labios (rojo, por supuesto, pero qué tono exacto...). Pensando que voy a ir por el otro lado de la manzana, para caminar 200 metros más. Deseando, si hay suerte, que la cajera tan encantadora que suele llamarme "la del pelazo", me cobre, si es que está trabajando, y ver una sonrisa amiga.

Cinco días, sólo cinco, y me siento un poco sola, creo que por primera vez en mi vida. Y claro, es que hay algo completamente obvio que marca la diferencia con respecto a cuando me encierro por voluntad propia, y que no había valorado. De lunes a viernes yo estoy rodeada de gente, y no gente cualquiera, sino de mis alumnos, en mis clases de la academia o particulares, seres humanos magníficos de todas las edades, que comparten su alegría y su vida a ratitos conmigo. Mis encierros voluntarios son pausas entre días de risas, de complicidad, de historias, de enseñanza, de aprendizaje. De anécdotas con my lovely Brisish compis. De charletas sobre series, pelis, cotilleos. De carcajadas con los pequeñajos. Y llega el viernes y me puedo permitir el lujo de elegir entre seguir acumulando amor, viendo a mi familia y a mis amigos, o quedarme en casa disfrutando del silencio.

Y de pronto, me veo privada de todo ese amor presencial, y me encuentro llorando inconsolablemente mientras veo un vídeo de Gary Barlow y Ronan Keating cantando a duo "Baby, can I hold you", una canción que yo canto constantemente (mucho peor que ellos), y pienso que, por primera vez en mi vida, la soledad se me queda un poco grande, y que nunca antes había deseado tanto un abrazo, que no está nada claro de cuándo llegará...

Y siento que el amor en los tiempos del coronavirus hay que vivirlo de otra manera, y que a mí me falta un poquito de práctica. Y que ahora contesto a todos los whatsapp, incluso a los memes idiotas, que en muchos grupos nos damos los buenos días para preguntarnos cómo estamos y me resulta precioso. Que cada vez que me llega un audio o un vídeo de mis pequeñajos, lloro como una boba. Que hace dos días experimenté por primera vez con Zoom con mi compi para poder hacer videoconferencias con mis chicos, y que estoy deseando probarlo. Que ayer hice dos videollamadas por whatsapp porque necesitaba ver caras queridas. Que no tengo tiempo ni de leer ni de ver apenas series, porque estoy feliz de corregir todo lo que me mandan mis chicos. Que en cuanto me descuido, se me llenan los ojos de lágrimas, a veces por el miedo o la incertidumbre, y otras muchas de emoción de puro cariño y de agradecimiento por tantas muestras de humanidad como ciudadanos. Ahora mismo, que acabo de salir a la ventana, mi famosa ventana, al aplauso para la Sanidad, justo debajo, a una mujer mayor se le ha roto el trolley en el que traía la compra y todo se ha desparramado por el suelo. Las dos mujeres que venían detrás, ni lo han dudado, y ni distancia de seguridad ni nada, porque si en algún momento merece la pena saltársela, es por echarle una mano a alguien....

Y este amor en los tiempos del coronavirus (todo el texto a punto de poner "cólera") es lo que nos va a salvar, no sé si la vida, pero sí la cordura. Así que practicadlo. Escribios, llamaos, mandad fotos, vídeos, o lo que os dé la gana, pero no dejéis que nadie se sienta solo o falto de amor. Esto va a ser largo. Cuento con vosotros. Contad conmigo.



Rebeca 

PD- Hoy, de pronto, necesité escribir. Me da tristeza haber vuelto al blog por esto, pero, eh, he vuelto. Intentaré, lo prometo, que Maya sonría y escriba en estos días. Ojalá os apetezca seguir leyendo.