viernes, 31 de diciembre de 2021

UN AÑO MÁS

 

Acabé el año pasado sola en casa, por elección personal, convencida de que era lo mejor para cuidar a mi familia, y con la esperanza de que al año siguiente todo fuera mejor. Un año después, aquí estoy, en el mismo sofá, en la misma soledad, y esta vez ni siquiera puedo salir un ratito a la calle a saludar a alguien, o tomar un sorbito de champán y brindar por todo lo (bueno) que vendrá. Parece que la vida no deja de sorprendernos y, francamente, es fácil pensar que sólo para mal.


Y sin embargo, me niego, ME NIEGO, a despedir este 2021 aferrándome tan sólo a la frustración que siento estos días, a la rabieta por no haber podido pasar ni un momento con los míos, por no haber podido disfrutar de los que venían de fuera y a los que, me temo, no tendré ocasión de ver en unos cuantos meses, en el mejor de los casos. Vivimos una realidad en la que los planes han dejado de ser la opción más viable, y la improvisación y el adaptarnos a lo que sea, se ha convertido en la única solución aceptable.


Así que, en esta soledad forzada por Mr. Covid, cuya alargada sombra nos ha cubierto a todos, de una u otra manera, en las últimas semanas, me obligo a recordar algunos de los muchos memorables momentos de este año al que le quedan apenas unas horas de vida.


- sobreviví a un curso escolar de locura, coordinando tres trabajos y consiguiendo no sólo no volverme majara, sino encima pasarlo (mayormente) muy bien y engordar mis ahorritos, que buena falta me hacía…


- durante los primeros meses del año no tuve más planes sociales que alguna comida con amigos y algún vermú, pero sobre todo, y no puedo estar más agradecida, mi bendito teatro, que me salvaba de la locura de la soledad una y otra vez. Comencé el año teatral viendo “Una noche sin luna” (que describí entonces como “uno de los grandes momentos de felicidad de mi vida”, y que tuve la suerte de ver de nuevo en Julio). Conseguí por fin ver a Lola Herrera interpretando a su Carmen en “Cinco horas con Mario”. Fui tan afortunada de disfrutar en dos ocasiones diferentes de dos de mis intérpretes favoritos, Inma Cuevas y Pablo Derqui. Me descubrí sorprendida con montajes inesperados y rompedores. Me emocioné, y reí, y canté, y lloré, y amé cada minuto que pasé en una de esas butacas rojas…


- hice algunos amigos nuevos, seres humanos hermosos que aportan e importan, que traen risas y sonrisas, alianzas y planes, que llenan un poquito más mi vida, ya de por sí, muy llena de amor. Y recuperé antiguas amistades, que el tiempo había enfriado un tanto, pero cuyos lazos sueltos fue muy sencillo volver a anudar. Porque no hay que cerrar la puerta porque sí, e, incluso si se hace, hay que permitirse volver a abrirla cuando merece la pena.


- pasé un verano maravilloso, a pesar de todas las limitaciones habidas. Descubrí playas preciosas, hice un montón de viajecitos pequeños y uno grande, en el que me estrené como conductora oficial. Me reencontré con el mar, dos años después. Vi puestas de sol alucinantes. Compartí mucho tiempo con mis mejores y más antiguos amigos. Los que no fallan. Los que siempre estarán. Sonreí. Sonreí. Sonreí.


- mi coche fue atacado por una horda de hormigas hambrientas durante mis vacaciones en Portugal. Estuve durante semanas sacando pequeñas hormigas de todas partes, pero cada vez que lo hacía, no podía evitar seguir sonriendo con aquel recuerdo absurdo de la manta negra cubriendo el coche gris, mientras pensaba en las hormiguitas sobreviviendo a 30 kilómetros en la autopista hasta que pudimos lavarlo...


- pasé el tiempo que pude con mis sobrinos. Descubrí que las pequeñas me encuentran parecido con cualquier personaje principal de la serie o película que estemos viendo en ese momento. Me reafirmé en su amor incondicional, a pesar de que en los adolescentes está un poco escondido.


- abracé, de lado y con precauciones, pero con el alma y el corazón en cada abracito. Si algo le agradezco a esta pandemia es la desaparición de los dos besos sociales de rigor, porque ahora, sin ellos como obligación, yo hago uso del abrazo, el que calienta el corazón...


- leí mucho menos que de costumbre, y si os digo que fueron 60 novelas, pensaréis que os tomo el pelo, pero no, no es mi ritmo habitual. No ha sido el año de mi vida en lo que respecta a la lectura. Estamos pasando un momento raro, mis libros y yo, pero ellos siempre serán uno de mis grandes amores, y encontraremos nuestro camino de vuelta.


- volví a tatuarme, una vez más, nunca la última, y Nankurunaisa ha de ser un lema de vida para mí y para cualquiera. Buscad el significado. Lo querréis para vosotros.


- aprendí a cambiarme yo sola mi arito de la nariz, y me hice con una colección de aros alucinante. Cambiarlo con la frecuencia que me da la gana es una cosa absurda, pero a mí me hace feliz, y la felicidad está en las pequeñas cosas..


- conseguí vender mis primeros vestidos en Vinted, lo que me hizo una ilusión terrible para seguir haciendo hueco en el armario a mi consumismo imparable.


- viví algunos ataques de risa memorables, de esos que dan años de vida, sin ir más lejos, ayer mismo. Que viva la risa, que viva la gente con la que compartimos los ataques de risa. Que nada ni nadie nos quite las ganas de reírnos.


- me hice la primera manicura de mi vida, que no he podido lucir en absoluto, porque estoy encerrada desde el día siguiente de hacerla. Me ha encantado, así que repetiré pronto.


- y esquivé 5 olas de COVID, para acabar arrollada por la sexta. ¿Que por qué lo incluyo entre los buenos recuerdos? Porque como os decía al principio, me niego a que esto marque mi fin de año con negatividad. Conseguí encerrarme a tiempo de no poner a mi familia en riesgo de contagio, y eso me hace un poquito feliz. Empezaré el año superinmunizada (dicen los estudios por ahí), y eso hay que celebrarlo.


Y hasta aquí 2021. Os espero en 2022. Ojalá veros a alguno de vosotros la próxima semana. Quiero un desayuno rico, un par de vermuts rojos con gaseosa, una comida en una terraza, quiero vez las luces de navidad, que la primera obra de teatro del año sea fabulosa, un abrazo de los más niños, y de los más mayores… Cosas pequeñas. Cosas increíbles. Cosas hermosas.


Si has llegado hasta el final de esta despedida, que no esperaba que me quedara tan larga, y no te has aburrido mortalmente; si formas parte de mi vida, si te veo con más o menos frecuencia, si nos apreciamos, aunque sea sólo a base de leernos por las redes; si compartimos algo, por muy poquito que sea… MUY FELIZ 2022. Quédate cerca. Espero verte pronto.

domingo, 25 de julio de 2021

PALABRAS SANADORAS

Desde hace más de año y medio, y por el arte de magia de una pandemia mundial, caminamos por la vida casi de puntillas. La realidad que conocimos y dimos por hecha, ya no existe, y no hay forma de adivinar cuándo (si) la recuperaremos. Ahora resulta que debíamos atesorar aquella normalidad que nos parecía normal, porque al final, todo aquello era excepcional y no lo sabíamos. Ay, ojalá haberlo sabido...


Y aquí estoy, un día de verano un poco triste (porque dentro de la absurdez de vida que llevamos, también hay días bonitos, y no, hoy no es uno de ellos), y de pronto hay un niño botando incansablemente una pelota de baloncesto frente a mI ventana y recuerdo que así empezó esta historia, la mía con este blog. ¿Lo recordáis? Algunos ya estabais por aquí, leyendo mis divagaciones sobre sentimientos, sobre personas, sobre pasiones, y, aquel primer día, sobre los putos niños que no paraban de golpear el balón contra una pared. He buscado el post y lo he releído con la sensación de que, primero, no lo había escrito yo (cosa que sucede casi siempre ), segundo, que ha pasado una vida (más de 11 años, ahí es nada), tercero, que sigo en aquel andén en el que me describía entonces. Gente que pasa con sus billetes y con destinos muy decididos y definidos, y yo, con cara de perdida en la estación, como que aquello no va conmigo.

Pero algo ha cambiado, incluso mucho, diría yo, en estos 11 años, y hablando exclusivamente de mí. Sigo sin saber cuál es mi tren, y, lo que es más, es posible que nunca lo sepa, pero hace tiempo que eso dejó de molestarme. He hecho las paces con esa incapacidad mía de tener un plan de vida, llamemos, convencional, y, venga, hoy no es un buen día, pero los tengo a cientos, incluso de pie en el bendito andén.

Normalmente sonrío viendo los trenes de los demás pasar. Ahí estoy, en mi banquito, y a veces os bajáis y me contáis vuestro viaje, os sentáis un ratito conmigo, y continuáis en vuestro tren de la vida (algún día debería contaros la historia de una depresión, una borrachera y el inolvidable tren de la vida...). Otras os veo cambiar de tren, porque resulta que, por muy bien que los eligierais, no son infalibles y a veces se estropean, y no os queda otra que bajar y pensar en cuál os subís después. A veces se baja alguien que ya no esperaba y me llena el corazón de alegría (siempre habrá sitio en mi banco para alguien que ya estuvo aquí). Hay viajeros a los que pierdo de vista para siempre, y me pregunto si su viaje habrá ido bien. Y otras veces, de pronto, hay gente nueva junto a mí, porque la vida aún no ha perdido la capacidad de sorprenderme y me regala nuevos amigos, nuevos compañeros de viaje (o de no viaje...)

Y os acompaño a ratos en vuestros trenes, y vosotros a mí en mi parada sin destino, pero vamos juntos. Y sigo en mi palacio del silencio (eso es otro post), pero muchas veces lo inunda la música (de Lin-Manuel Miranda, principalmente), y cuando salgo de él, la mayor parte del tiempo, me rodea la risa. Y, cierto, hoy no es un gran día, pero mañana quizá lo sea, o pasado mañana, o la semana que viene, y atesoraré recuerdos pandémicos, porque algunos son tan buenos como los de aquella normalidad perdida. Y os abrazaré con los ojos, o con los brazos, (porque a veces no hay pandemia que impida un abrazo), y llegará otro día en que quiera matar a un niño con una pelota... Y entonces recordaré que hay algo que definitivamente no ha cambiado en estos 11 años, que este blog me hace feliz. Tenéis razón, la continuidad de este proyectito literario es pésima (ya me gustaría a mí que no lo fuera...), pero, indiscutiblemente, cada vez que me siento a escribir, sigo sin estar segura de mis palabras le van a llegar a nadie, pero lo que sí sé, lo que siempre sucede, es que, al menos para mí, todas estas palabras que escribo, que a veces incluso vomito incontrolablemente, son PALABRAS SANADORAS. Y no sólo las mías (lo siento, soy una rebelde del SÓLO, y lo pienso seguir escribiendo con tilde forever and ever), sino que cada uno de vuestros maravillosos comentarios, son el agua salada con la que curar una herida.

Así que, me despido como lo hice en aquel primer post. Si hay alguien al otro lado de estas letras además de mí misma, "HOLA". Ah, y os espero en mi banquito. Traed unas pipas barbacoa y un refresco de sabor ridículo...

MAYA

PD- Mon, hoy ocupas mis pensamientos más que los demás visitantes de mi estación, así que esto es para ti. Que mis letras te acompañen un ratito en tu apartamentito de soltera. Te quiero.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Hipersensibilidad

 

   Acabo de ver un episodio de una serie que ya ni siquiera me encanta, de aquellas que sigues viendo por costumbre, porque ya te da apuro dejarlas. Seguro que sabéis de qué hablo. No es lo que era, pero bueno, no te aburres y ahí sigues. La serie es de las de llorar a moco tendido, más de emoción que de tristeza, y desde la temporada pasada me siento inmunizada ante sus dramas. Me imagino a sus guionistas buscando la lágrima fácil y me da rabia y ya no lloro. Bueno, no lloraba, porque, aquí me tenéis, escribiendo estas líneas mientras me caen lágrimas como puños por las mejillas (suerte que ya me he desmaquillado. En realidad, con la porquería de piel que tengo ahora mismo, tampoco iba a empeorar demasiado la cosa un churretón de rímel al correrse...).


   Total, que en un segundo me ha dado por pensar en que ayer, quizá anteayer, le dije a un amigo, tras un vídeo que él no encontraba tan gracioso, y que ahora, al recordarlo, me hace volver a soltar carcajadas (y sí, sigo con las lágrimas mojando mi cara. Cielos, esto es ridículo…), que estoy en un momento en el que me río por todo, pero, en realidad, si me paro un instante a reflexionar, lo que me ocurre, de hecho, es que lo siento todo a un nivel en el que nunca había sentido las cosas, y lo más curioso, es que lo siento todo a la vez.


   Creo que vivo en un estado de hipersensibilidad constante. Igual me río como una loca, que lloro de tristeza o emoción, me enfado como una hidra, o me vengo abajo como si estuviera al borde de la depresión más absoluta. Y todo esto lo puedo sentir en un breve intervalo de tiempo, o incluso a veces, son sentimientos simultáneos. Y lo curioso es que yo, que he sido la reina del drama y de la inestabilidad durante la mayor parte de mi vida adulta, desde hace años me enorgullezco de una firmeza y estabilidad mental que me ha costado mucho esfuerzo conseguir, y no entiendo muy bien cómo gestionar todo esto.


   Y me viene a la memoria un frase que me escribió un antiguo novio en una hermosa carta de amor en forma de email, “el corazón siempre es vulnerable, venga por donde venga el estímulo “, y la de otro que me decía “tu fortaleza me hace débil”, y yo ya no sé si mi corazón es fuerte o vulnerable, si controlo mis emociones o son ellas las que me están dominando, si es el agotamiento de mi cuerpo, si este último año ya pesa demasiado mentalmente, o que empiezo a perder la cordura.


   Y me debato entre la desesperanza de no intuirle un final cercano a esta situación, la nostalgia de no ver a tanta gente a la que echo en falta, la tristeza de llevar 11 meses sin tocar a mis padres, la preocupación por el futuro incierto, la alegría de tener trabajo, el agotamiento de tener tanto trabajo, la risa de los memes absurdos, las noticias inverosímiles, el dolor intenso de mis piernas, la emoción por tener ropa que estrenar en el armario, la necesidad de tatuarme todo el cuerpo, la rabia de odiar a tanta gente irresponsable, la necesidad de dar todos los abrazos que me pide el cuerpo y pesan, pesan, pesan. Que me muero de amor a ratitos con mis niños preciosos, y me tengo que conformar con, quizá rozarles un brazo. La piel, como en la adolescencia. Las ojeras y las arrugas en los ojos, cada vez más marcadas. El corazón, vulnerable. El escudo. La mascarilla. El gel. La vida. Esta vida. Esta sensibilidad. Estos estímulos que me matan. Estos estímulos que me dan la vida. Esta vida. ¿Y esto es vida?


   Respiro profundamente. Contengo las lágrimas. Me acuerdo del vídeo y la palmera. Y me río. (si queréis, os lo paso). Vuelvo a respirar. Ya no lloro. Pero lloraré mañana, o pasado, y me reiré como una loca, y me desesperaré y tendré esperanza. Porque la vida es esto y lo contrario. Porque no hemos podido elegir. Y si tengo que seguir llorando por episodios ñoños de series absurdas, seguro que habrá chistes que compensarán las lágrimas. Que no se rompa el cordoncito que sujeta mi cordura. O que se rompa. Yo qué sé. Ya encontraré otro con el que atarla en corto. O no. Y respiro profundamente, respiro, respiro… Y sonrío. Sonrío siempre, también debajo de la puñetera mascarilla, porque, amigos, cualquier otra opción es peor.


MAYA


PD- Y en medio de esta confusión mía decido, de pronto, que necesito escribir, y vomito estas palabras sin meditarlas, sin corregirlas, porque salen del alma. Son para mí y, sin embargo, supongo que son para vosotros. Ay, qué vida...