miércoles, 17 de febrero de 2021

Hipersensibilidad

 

   Acabo de ver un episodio de una serie que ya ni siquiera me encanta, de aquellas que sigues viendo por costumbre, porque ya te da apuro dejarlas. Seguro que sabéis de qué hablo. No es lo que era, pero bueno, no te aburres y ahí sigues. La serie es de las de llorar a moco tendido, más de emoción que de tristeza, y desde la temporada pasada me siento inmunizada ante sus dramas. Me imagino a sus guionistas buscando la lágrima fácil y me da rabia y ya no lloro. Bueno, no lloraba, porque, aquí me tenéis, escribiendo estas líneas mientras me caen lágrimas como puños por las mejillas (suerte que ya me he desmaquillado. En realidad, con la porquería de piel que tengo ahora mismo, tampoco iba a empeorar demasiado la cosa un churretón de rímel al correrse...).


   Total, que en un segundo me ha dado por pensar en que ayer, quizá anteayer, le dije a un amigo, tras un vídeo que él no encontraba tan gracioso, y que ahora, al recordarlo, me hace volver a soltar carcajadas (y sí, sigo con las lágrimas mojando mi cara. Cielos, esto es ridículo…), que estoy en un momento en el que me río por todo, pero, en realidad, si me paro un instante a reflexionar, lo que me ocurre, de hecho, es que lo siento todo a un nivel en el que nunca había sentido las cosas, y lo más curioso, es que lo siento todo a la vez.


   Creo que vivo en un estado de hipersensibilidad constante. Igual me río como una loca, que lloro de tristeza o emoción, me enfado como una hidra, o me vengo abajo como si estuviera al borde de la depresión más absoluta. Y todo esto lo puedo sentir en un breve intervalo de tiempo, o incluso a veces, son sentimientos simultáneos. Y lo curioso es que yo, que he sido la reina del drama y de la inestabilidad durante la mayor parte de mi vida adulta, desde hace años me enorgullezco de una firmeza y estabilidad mental que me ha costado mucho esfuerzo conseguir, y no entiendo muy bien cómo gestionar todo esto.


   Y me viene a la memoria un frase que me escribió un antiguo novio en una hermosa carta de amor en forma de email, “el corazón siempre es vulnerable, venga por donde venga el estímulo “, y la de otro que me decía “tu fortaleza me hace débil”, y yo ya no sé si mi corazón es fuerte o vulnerable, si controlo mis emociones o son ellas las que me están dominando, si es el agotamiento de mi cuerpo, si este último año ya pesa demasiado mentalmente, o que empiezo a perder la cordura.


   Y me debato entre la desesperanza de no intuirle un final cercano a esta situación, la nostalgia de no ver a tanta gente a la que echo en falta, la tristeza de llevar 11 meses sin tocar a mis padres, la preocupación por el futuro incierto, la alegría de tener trabajo, el agotamiento de tener tanto trabajo, la risa de los memes absurdos, las noticias inverosímiles, el dolor intenso de mis piernas, la emoción por tener ropa que estrenar en el armario, la necesidad de tatuarme todo el cuerpo, la rabia de odiar a tanta gente irresponsable, la necesidad de dar todos los abrazos que me pide el cuerpo y pesan, pesan, pesan. Que me muero de amor a ratitos con mis niños preciosos, y me tengo que conformar con, quizá rozarles un brazo. La piel, como en la adolescencia. Las ojeras y las arrugas en los ojos, cada vez más marcadas. El corazón, vulnerable. El escudo. La mascarilla. El gel. La vida. Esta vida. Esta sensibilidad. Estos estímulos que me matan. Estos estímulos que me dan la vida. Esta vida. ¿Y esto es vida?


   Respiro profundamente. Contengo las lágrimas. Me acuerdo del vídeo y la palmera. Y me río. (si queréis, os lo paso). Vuelvo a respirar. Ya no lloro. Pero lloraré mañana, o pasado, y me reiré como una loca, y me desesperaré y tendré esperanza. Porque la vida es esto y lo contrario. Porque no hemos podido elegir. Y si tengo que seguir llorando por episodios ñoños de series absurdas, seguro que habrá chistes que compensarán las lágrimas. Que no se rompa el cordoncito que sujeta mi cordura. O que se rompa. Yo qué sé. Ya encontraré otro con el que atarla en corto. O no. Y respiro profundamente, respiro, respiro… Y sonrío. Sonrío siempre, también debajo de la puñetera mascarilla, porque, amigos, cualquier otra opción es peor.


MAYA


PD- Y en medio de esta confusión mía decido, de pronto, que necesito escribir, y vomito estas palabras sin meditarlas, sin corregirlas, porque salen del alma. Son para mí y, sin embargo, supongo que son para vosotros. Ay, qué vida...