Por momentos va siendo más y más transparente. Siempre ha sido delgada, pero ahora la siento frágil. En sus poco más de 40 kilos hay una mujer fuerte, tan fuerte, que cuando pienso que puede romperse se me llenan los ojos de lágrimas pensando que, si ella no puede con todo, ¿quién podría...?
Su papel es el de toda una generación de mujeres a la sombra de unos maridos trabajadores, un tanto chapados a la antigua, con ciertas pinceladas de modernidad; mujeres a las que no se da el valor que merecen, especialmente porque ellas no lo reclaman, quizá porque no consideran merecerlo, quizá porque no lo necesitan, porque su recompensa es mucho más íntima y satisfactoria.
De niña me enorgullecía su aspecto. Hermosa, juvenil y elegante, yo era la envidia de todas las niñas, con una madre que apenas era de la generación anterior, y cuya sonrisa y amabilidad conquistaba sin apenas esfuerzo. Con el paso de los años, su aspecto continuó asombrando. Parecía haber firmado un pacto con el diablo, y el tiempo se detuvo en torno a ella. Mientras el resto del mundo nos íbamos haciendo mayores, ella permanecía etérea y atemporal.
En los últimos meses el cansancio está empezando a hacer mella en su mirada. De pronto, sus ojos sí reflejan su edad, la dureza de todo lo que la vida le está haciendo sufrir, a pesar de lo cual, de cara a la galería, nunca pierde su dignidad. He visto a mi padre desmoronarse y llorar como nunca lo hubiera imaginado, pero ella nunca ha perdido la sonrisa. Son sólo sus ojos los que delatan su tristeza y su agotamiento.
Su delgadez comienza a rozar lo preocupante. Cuando la veo caminar de la mano de mi padre, espléndido en su madurez y en un estado físico envidiable, tengo la sensación de que acabará llevándola en brazos, protegiéndola y acariciándole el pelo... Y sin embargo, sé que la realidad es justo la contraria, que es ella la que le apoya, la que le proteje, la que le sostiene. Ella es su fuerza.
Hace unos años le dije algo que cada vez siento más cierto "Cuantas más madres conozco, más te quiero". Mi madre me ha dado la libertad de elegir mi camino y mi forma de vivir, ha respetado y apoyado cada una de mis decisiones, nunca han sido necesarios los secretos más que para evitarle preocupaciones excesivas, y la he sentido orgullosa de la mujer en la que me he convertido. Sólo espero, en estos momentos difíciles que estamos viviendo, lograr estar a su altura, aunque me temo que eso no sucederá nunca. Viviré a su sombra, sintiéndome feliz de ser su hija y sabiendo que jamás tendré su fuerza y su capacidad de sacrificio, y deseando que la vida le deje respirar y recuperar su paz y su mirada serena.
MAYA
Su papel es el de toda una generación de mujeres a la sombra de unos maridos trabajadores, un tanto chapados a la antigua, con ciertas pinceladas de modernidad; mujeres a las que no se da el valor que merecen, especialmente porque ellas no lo reclaman, quizá porque no consideran merecerlo, quizá porque no lo necesitan, porque su recompensa es mucho más íntima y satisfactoria.
De niña me enorgullecía su aspecto. Hermosa, juvenil y elegante, yo era la envidia de todas las niñas, con una madre que apenas era de la generación anterior, y cuya sonrisa y amabilidad conquistaba sin apenas esfuerzo. Con el paso de los años, su aspecto continuó asombrando. Parecía haber firmado un pacto con el diablo, y el tiempo se detuvo en torno a ella. Mientras el resto del mundo nos íbamos haciendo mayores, ella permanecía etérea y atemporal.
En los últimos meses el cansancio está empezando a hacer mella en su mirada. De pronto, sus ojos sí reflejan su edad, la dureza de todo lo que la vida le está haciendo sufrir, a pesar de lo cual, de cara a la galería, nunca pierde su dignidad. He visto a mi padre desmoronarse y llorar como nunca lo hubiera imaginado, pero ella nunca ha perdido la sonrisa. Son sólo sus ojos los que delatan su tristeza y su agotamiento.
Su delgadez comienza a rozar lo preocupante. Cuando la veo caminar de la mano de mi padre, espléndido en su madurez y en un estado físico envidiable, tengo la sensación de que acabará llevándola en brazos, protegiéndola y acariciándole el pelo... Y sin embargo, sé que la realidad es justo la contraria, que es ella la que le apoya, la que le proteje, la que le sostiene. Ella es su fuerza.
Hace unos años le dije algo que cada vez siento más cierto "Cuantas más madres conozco, más te quiero". Mi madre me ha dado la libertad de elegir mi camino y mi forma de vivir, ha respetado y apoyado cada una de mis decisiones, nunca han sido necesarios los secretos más que para evitarle preocupaciones excesivas, y la he sentido orgullosa de la mujer en la que me he convertido. Sólo espero, en estos momentos difíciles que estamos viviendo, lograr estar a su altura, aunque me temo que eso no sucederá nunca. Viviré a su sombra, sintiéndome feliz de ser su hija y sabiendo que jamás tendré su fuerza y su capacidad de sacrificio, y deseando que la vida le deje respirar y recuperar su paz y su mirada serena.
MAYA