domingo, 31 de octubre de 2010

Pura vida.

La imagen que proyectamos, lo que el resto del mundo ve en nosotros, es algo similar al momento en que escuchamos nuestra voz en un video, en una grabación. No es fácil reconocernos, aunque nos identifiquemos con ciertos rasgos. No siempre nos gusta esa imagen que ofrecemos, y, en otras ocasiones, nos halaga saber lo que otros aprecian en nuestro comportamiento y nuestra forma de ser.

Hace unos días, una persona que aún no me conoce demasiado, pero con la que ya existe un sentimiento de cariño y respeto, me dijo que lo que yo le transmito es "pura vida". Me sorprendió esa definición, cuando en este momento no me siento especialmente viva, y pensé que, en definitiva, lo que le ofrecemos al mundo es absolutamente subjetivo, y, del mismo modo que, quizá de una forma inconsciente a veces, y otras llevados por una intención concreta, no nos comportamos igual con todas las personas, la interpretación y la percepción de dichas personas la mayor parte de las veces escapa a nuestro control.

Tengo una tendencia obsesiva al disimulo y a dar una imagen a los demás que a ratos se desmorona junto con mi estabilidad, y por ello me halagó muchísimo ese "pura vida", porque me pareció una forma muy hermosa de describir a alguien, en un momento en que precisamente no me importa demasiado lo que nadie opine de mí, y no me esfuerzo especialmente por cultivar la imagen de simpatía y amabilidad que he intentado dar siempre. Ser "pura vida" no implica que todo sea positivo, sino que se transmite pasión y sentimientos, y si es cierto que algo de eso se puede apreciar en mí, me alegro infinitamente.

Mi psiquiatra dice que soy una persona narcisista, y sabe que me molesta mucho que utilice ese término, porque lo asocio con rasgos de personalidad negativos: arrogancia, manipulación, humillación a otras personas... Su explicación es que tengo una terrible necesidad de aprobación, y supongo que en cierto sentido, tiene razón, y que a veces cedo al deseo de agradar y busco la gratificación de sentirme querida... Quiero pensar que no perjudico a nadie con ese comportamiento, porque, de hecho, todos necesitamos sentirnos queridos.

Creo que acepto las críticas de una forma elegante, pero hace algún tiempo alguien me dijo que soy egocéntrica y prepotente, y me sentí muy herida. Pensé que se equivocaba, pero que tenía que haber algo que le impulsara a tener ese concepto de mí. Al final, la única realidad, es que hay tantas opiniones como personas, y a lo largo de la vida, supongo que dependiendo de nuestro momento y del momento ajeno, despertamos muy diferentes sentimientos. En mi caso, reconozco que me he sentido rechazada por más personas de las que hubiera imaginado, y que, por algún motivo, suelo despertar reacciones muy radicales, moviéndose ciertas personas, incluso, de los sentimientos más positivos a la negatividad más absoluta...

¿Qué diría yo de mí misma...? Intento ser buena persona, buena hija, buena hermana, buena amiga, y no siempre lo consigo. Soy fiel y leal a la gente a la que amo, y amo con intensidad. Me gusta pensar que no soy rencorosa, pero hay momentos en los que el rencor me vence. Intento ofrecer alegría, incluso aunque muchas veces sólo destile tristeza. Soy mi peor enemiga y, aunque lucho, me rindo más veces de las que debería. Soy extremista y dramática; soy muy feliz, soy muy desgraciada. Estoy viva, a veces me siento muerta. Algunas personas me quieren, otras me desprecian. Respiro profundamente y pienso "Quizá esto sí es ser PURA VIDA..."


jueves, 30 de septiembre de 2010

Cine, primera parte.

Las Aventuras de Enrique y Ana. De todas las maravillosas películas infantiles que se han rodado en la historia del séptimo arte, Las Aventuras de Enrique y Ana es la primera película que recuerdo haber visto en el cine... Es, cuando menos, anecdótico, por no decir patético...

En realidad es un dato confuso. Estoy segura de que aquella no fue la primera vez, pero sí es el primer recuerdo consciente, con título incluído. Fue mi abuelo quién me inculcó el amor al cine. Es extraño asociarlo a ésta, mi gran pasión, considerando lo poco que teníamos en común mi abuelo y yo. El caso es que había un par de cines cerca de su casa, el Rex y los cines de La Rubia, y me llevaba con relativa frecuencia a ver películas de Parchís, Enrique y Ana y otros fenómenos infantiles de la época. Lo que me viene a la memoria de aquellas incursiones cinematográficas con mi abuelo es que pasábamos toda la película moviéndonos a oscuras por toda la sala, buscando un sitio mejor para sentarnos. No sé si finalmente lo encontrábamos, la verdad, pero aquello me daba muchísima vergüenza.

El otro recuerdo cinematográfico que asocio a mi abuelo es aún más singular. Cuando llegó el reproductor de video a casa, de la mano de mi tío, mi yayo aprovechó para alquilar todas y cada una de esas grandes obras maestras protagonizadas por Esteso y Pajares... No me cuesta ningún esfuerzo recordarme sonrojada mientras observaba mis primeros desnudos en la pantalla, considerando que era, cuando menos, sorprendente, compartir aquellos momentos con mis yayos...

En fin, corriendo un tupido velo sobre estos infames aunque curiosos recuerdos, la pasión por el cine nació muy pronto en mí. También recuerdo la primera película que vi sin la supervisión de un adulto: Batman. Lo sé, lo sé, esto no mejora... La vi en el Teatro Lope de Vega a los 13 años en compañía de Alicia, la guarrilla de mi clase. Fue muy emocionante, porque me arrastró a la vida de adolescente independiente en varios sentidos.

Pasemos página de nuevo, esta vez para llegar al primer momento memorable de mi vida de apasionada por el cine: El Club de los Poetas Muertos. Me enamoré del cine aquel día; me enamoré de Robin Williams, Ethan Hawke y Robert Sean Leonard; me enamoré de la historia, de la música, de aquel estricto colegio y del leit motiv de sus personajes: CARPE DIEM. Y aprendí que una película con un final tristísimo puede resultar tremendamente hermosa. De hecho, el otro día escuché una gran frase al actor Carlos Hipólito que expresa muy bien lo que sentí y siento cada vez que veo un gran trágico final en una película: "Qué bien me lo he pasado. Cómo he llorado..."

Ahora pienso que, quizá, me sentí un tanto identificada con algunos de los rasgos de los personajes. Comenzaba a perfilarse la "drama queen" en la que, a ratos, me he ido convirtiendo, y fue el principio de mi afición a aprenderme citas de películas, así como nombres de personajes... John Keating, Todd Anderson, Neil Perry...

Los años de mi adolescencia fueron años de películas taquilleras como las de Indiana Jones, de historias de amor como Dirty Dancing, del renacimiento del cine Disney con Aladdin o El rey león, o pequeñas joyas como Big, pero hasta muchos años después ninguna película me marcó como aquella. He derramado muchísimas lágrimas revisándola, una y otra vez, e incluso, al convertirme en profesora, he deseado muchas veces poder dejar una impronta como la que aquel extraño profesor de literatura dejaba en sus alumnos. Oh capitán, mi capitán...

"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, dejar de lado todo lo que no fuera la vida, para no descubrir, en el momento de la muerte, que no había vivido..."

Henry David Thoreau

Espero que a vosotros, amigos que me seguís leyendo, os guste el cine tanto como a mí, porque acabo de darme cuenta de que este tema va a ser recurrente.

MAYA.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sueños inventados.

Si, como si de un cuento infantil se tratara, un genio se me apareciera al frotar una lámpara (tiendo a no bruñir mi plata, así que asumo que esto nunca sucederá. Sobre todo porque no tengo una lámpara de plata...) y me concediera 3 deseos, uno de ellos sería sin lugar a duda algo tan a priori sencillo como DORMIR BIEN.

Conciliar el sueño con facilidad al acostarse es algo que se presupone, como hacer la digestión tras haber comido. Sin embargo, cada noche, cuando llega el momento del descanso, yo entro en un estado de ansiedad inevitable, consciente de que perderé media noche intentando relajarme, dejar la mente en blanco y caer en brazos de Morfeo.

No funcionan los somníferos, ni los relajantes, ni las duchas antes de acostarme, ni las infusiones, ni la acupuntura, ni el estar agotada, ni beber unas copitas de vino... En el mejor de los casos, tardo al menos una hora en caer dormida, y luego duermo a intervalos de 20 o 30 minutos, hasta que finalmente amanece... En el peor de ellos, paso noches enteras en blanco, noches en las que el reloj parece detenerse y cuando finalmente me levanto, me siento tan cansada que si, con suerte, no tengo mucho que hacer, vuelvo a la cama y también pierdo la mañana.

Soy una insomne escritora virtual. Cada noche, desde niña, me narro cuentos a mí misma. Antaño eran historias de hadas, de magia, de cómo una niña no del todo integrada superaba dificultades, o de niños con enfermedades incurables (o, ¿qué creíais? ¿Que la reina del drama nacio ayer?). Al ir creciendo me convertí en la única protagonista de mis fantasías no escritas. Fui protagonista de películas que me ubicaban en una vida mejor, llena de éxitos, más emocionante que la que me tocaba vivir. Me inventé una existencia lejana, y al mismo tiempo cercana, puesto que seguía siendo yo, una versión de mí mejorada, más fuerte, más poderosa, más hábil.

Con el paso de los años, me he dado cuenta de que empiezo a necesitar un tono diferente en las narraciones. La realidad suele superar lo que era la ficción de mis historias, y mis, la mayor parte de las veces, torpes vivencias, suelen resultar incluso un poquito demasiado emocionantes. Ahora necesito contarme que todo es más fácil de lo que voy a encontrar al levantarme en unas horas, que no voy a encontrar raíces en el suelo que me hagan tropezar a cada paso. Mis deseos son sencillos y distan mucho de la magia que inventaba antaño.

Con suerte, a lo largo de la noche, acabo cayendo dormida y pago el exceso de ejercicio mental con los sueños más agitados. Y llega la luz del día y me despierto aletargada y siempre confundida. Durante algunos minutos tengo que discernir qué es lo real, lo que he soñado, y lo que me he contado a mi misma mientras esperaba al sueño... Y, sorprendentemente, mi verdad, mi día a día, suele ser la más extraña, extremista y surrealista de las tres opciones.

Desafortunadamente, mi falta de sueño me condiciona terriblemente. Ojalá pudiera invertir ese tiempo en escribir de verdad en vez de inventarme absurdas historias con los ojos cerrados, pero, estoy tan cansada... Y me pregunto si llegará el día en el que, al despertarme, no sepa distinguir lo que es real. Y por ello deseo, DESEO, que los sencillos cuentos que me invento para dormirme sustituyan en algún momento los malos sueños que vivo hoy en día, para que así no haya ninguna duda.

MAYA

lunes, 23 de agosto de 2010

Cuba.

Viajar es uno de los grandes placeres de la vida. No entiendo a las personas que no disfrutan de ello, o que prefieren no atravesar las fronteras de su país, argumentando aquello tan manido de "Con todo lo que hay que ver aquí...". Si yo dispusiera del dinero necesario, pasaría la vida de ciudad en ciudad, de lado a lado del mundo...

Cada uno de los viajes que he realizado, ha sido un regalo para mí, un regalo que permanece en el banco de los recuerdos que atesoro con más cariño. No ha habido ningún lugar que me haya decepcionado, que me haya arrepentido de visitar. Cada país, su cultura, su gente, me ha aportado algo. Durante unos días puedo sentirme lejos de mi vida, de las pequeñas tristezas ,de los problemas, y olvidarme de quién soy. Hacía ya un par de años, quizá tres, que no me embarcaba en un viaje que esperar con ilusión, para el que vas descontando días, y que, cuando termina, te deja un regusto amargo, porque la felicidad que has sentido se te escapa, y, durante unos días, vives de recuerdos, deseando que nunca hubiera acabado.

Cuba ha entrado en mi corazón para quedarse; una aventura inesperada, un destino no planeado y unas vacaciones inolvidables. La Habana es calor, sudor y mojitos... Es música en cada esquina y colores estridentes. Es salsa, es baile, es una exposición de coches antiguos. Es el sabor de sus camarones o de la fruta bomba. Es el Malecón y el mercado de artesanía. Es piel negra y sonrisa blanca. Es ritmo y risa...

Varadero es paraíso, arena blanca y mar turquesa. Es paz, descanso y relax. Es sol y alegría. Es luz y simpatía. Es clases de baile y gimnasia en el agua del mar. Es pasar horas sobre una tumbona y dejar pasar tiempo con la sensación de que acabas de tumbarte. Es flotar en el Atlántico como si no existiera nada más que tú, el océano y el sol. Es la foto más hermosa de mi vida, la del beso con Nemo. Es la sensación más reciente que he tenido de felicidad absoluta.

Cuba ha significado algo más que unas vacaciones para mi. Ha sido un reencuentro con la vida, con la parte de mí que gusta compartir, con la chica que sonríe y disfruta, con la que es fácil convivir.
Ha marcado el comienzo de lo que, espero, sea una maravillosa amistad y la NECESIDAD de seguir viajando, de seguir llenando el alma de vivencias, de personas, de imágenes, de MOMENTOS...

MAYA

martes, 29 de junio de 2010

Mary.

Por momentos va siendo más y más transparente. Siempre ha sido delgada, pero ahora la siento frágil. En sus poco más de 40 kilos hay una mujer fuerte, tan fuerte, que cuando pienso que puede romperse se me llenan los ojos de lágrimas pensando que, si ella no puede con todo, ¿quién podría...?

Su papel es el de toda una generación de mujeres a la sombra de unos maridos trabajadores, un tanto chapados a la antigua, con ciertas pinceladas de modernidad; mujeres a las que no se da el valor que merecen, especialmente porque ellas no lo reclaman, quizá porque no consideran merecerlo, quizá porque no lo necesitan, porque su recompensa es mucho más íntima y satisfactoria.


De niña me enorgullecía su aspecto. Hermosa, juvenil y elegante, yo era la envidia de todas las niñas, con una madre que apenas era de la generación anterior, y cuya sonrisa y amabilidad conquistaba sin apenas esfuerzo. Con el paso de los años, su aspecto continuó asombrando. Parecía haber firmado un pacto con el diablo, y el tiempo se detuvo en torno a ella. Mientras el resto del mundo nos íbamos haciendo mayores, ella permanecía etérea y atemporal.

En los últimos meses el cansancio está empezando a hacer mella en su mirada. De pronto, sus ojos sí reflejan su edad, la dureza de todo lo que la vida le está haciendo sufrir, a pesar de lo cual, de cara a la galería, nunca pierde su dignidad. He visto a mi padre desmoronarse y llorar como nunca lo hubiera imaginado, pero ella nunca ha perdido la sonrisa. Son sólo sus ojos los que delatan su tristeza y su agotamiento.

Su delgadez comienza a rozar lo preocupante. Cuando la veo caminar de la mano de mi padre, espléndido en su madurez y en un estado físico envidiable, tengo la sensación de que acabará llevándola en brazos, protegiéndola y acariciándole el pelo... Y sin embargo, sé que la realidad es justo la contraria, que es ella la que le apoya, la que le proteje, la que le sostiene. Ella es su fuerza.


Hace unos años le dije algo que cada vez siento más cierto "Cuantas más madres conozco, más te quiero". Mi madre me ha dado la libertad de elegir mi camino y mi forma de vivir, ha respetado y apoyado cada una de mis decisiones, nunca han sido necesarios los secretos más que para evitarle preocupaciones excesivas, y la he sentido orgullosa de la mujer en la que me he convertido. Sólo espero, en estos momentos difíciles que estamos viviendo, lograr estar a su altura, aunque me temo que eso no sucederá nunca. Viviré a su sombra, sintiéndome feliz de ser su hija y sabiendo que jamás tendré su fuerza y su capacidad de sacrificio, y deseando que la vida le deje respirar y recuperar su paz y su mirada serena.


MAYA

viernes, 4 de junio de 2010

Amistad.

Cuando todo va mal, cuando nada tiene demasiado sentido, cuando la sensación de desesperanza comienza a superarme, cuando siento que la luz de mi alegría ya no brilla con la misma intensidad, siempre hay algo que me empuja a salir adelante, a reencontrarme y redirigirme, a bucar el camino perdido ,y que me hace sentir una de las personas más afortunadas que conozco: MIS AMIGOS.

El pasado fin de semana celebré, como cada año desde que me independicé, una fiesta de cumpleaños a la que convoqué a algunas de las personas más importantes para mí. Como cada año, y van ya ocho, me vi condicionada por el limitado espacio de mi salón, y una vez más, como cada año, fui consciente de que sentirme tan inmensamente querida es lo que acaba haciendo que mi vida sea siempre un poquito menos mala de lo que en mis épocas de crisis existencial considero que es.

He de decir que fue una de las mejores fiestas de la pequeña historia de mis celebraciones. Quizá la necesidad de disfrutar hizo que "magnificara los sentimientos", como si de un reality televisivo se tratara. Quizá todo el mundo estuviera implicado en pasarlo bien y era sencillo que sucediera. Lo más importante para mí fue que, al menos durante unas horas, y ahora cada vez que lo recuerdo, olvidé que mi vida no es como yo había imaginado que sería y como desearía que fuera, y me limité a vivir lo que tengo con una inmensa satisfacción.

Cuando miraba a mi alrededor me sentía pletórica pensando que esas personas habían venido por mí, habían elegido estar a mi lado. Recurriendo a una manida expresión, estaban todos los que son, pero desde luego, no son todos los que estaban. Todos cuantos vinieron forman una parte fundamental de mi vida pero sería maravilloso contar, simplemente una vez al año, con una enorme mansión en la que poder reunir a todos aquellos que, con vuestra presencia y vuestro cariño, hacéis que mis días sean algo con significado.

Escribo, por primera vez, en segunda persona, porque esta entrada está dedicada a todos vosotros. Este blog aún es algo íntimo y muy personal. Quienes lo leéis formáis parte de él, y de una u otra forma me conocéis y sois partícipes de muchas de las pequeñas cosas que escribo. No habéis dejado de animarme, dentro y fuera de estas líneas, y os merecéis saber que Maya ya tiene una pequeña entidad propia gracias a vosotros.

Algunos llegásteis a mi vida como compañeros de instituto, para luego convertiros en grandes amigos, hermanos, FAMILIA; otros, a través de terceros, fuísteis ocupando vuestro propio sitio en mi corazón, un sitio inusitadamente enorme, incluso aunque, en algunos casos, esos terceros hayan desaparecido; algunas sois antiguas alumnas reconvertidas en estupendas amigas, y otras mamis de alumnos que me hacéis sentir una más en vuestros hogares; algunos fuisteis aliados íntimos en mi antiguo puesto de trabajo, y a pesar de que éste desapareciera, vosotros no lo hicísteis; a algunos os reencontré mil años después en una terraza de verano en vuestra quedada semanal; otros acabáis de aterrizar en mi vida pero ya no la concibo sin vosotros; de otros, ni siquiera conozco vuestra voz, pero me basta con vuestra cara en una fotografía y esos momentos que habéis dedicado a conocerme y a acercaros a mí a través de un teclado de ordenador; otros vivís a cientos de kilómetros, pero esa distancia desaparece cuando pienso en vosotros y en el cariño que me dáis...

Espero, DESEO, que todos los que leéis estas líneas, los que habéis esperado pacientemente mi nueva entrada (disculpadme) os sentáis identificados con alguna de estas reseñas. Este es vuestro sitio tanto como el mío. Quizá, algún día, algún lector desconocido dé con estas letras, pero mientras tanto, todo lo que comparto con vosotros, es NUESTRO.

OS QUIERO.

MAYA.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Anónimos.

Cuando se vive en una ciudad de tamaño moderado, como es Valladolid, hay personas que llegan a formar una pequeña parte de tu vida, incluso sin saber su nombre, sus circunstancias o no habiéndoles dirigido ni una simple palabra.

Hace tiempo que echo en falta a mi lector, un anciano entrañable cuyo camino se cruzaba con el mío constantemente. Durante años lo vi pasear despacio, con las manos cruzadas tras la espalda, una postura que siempre me ha resultado tierna y familliar. Cojeaba levemente y caminaba erguido y despacio, nunca supe si por necesidad o porque se recreaba en el paseo. Llamó mi atención porque en una de sus manos siempre llevaba un libro. Yo caminaba tras él, lo suficientemente cerca para poder leer el título, y comprobaba que era un ávido lector, como yo, de los que no son especialmente selectivos y devoran casi cualquier libro que cae en sus manos.

Lo veía siempre en las cercanías del Campo Grande, e incluso alguna vez lo encontré sentado en uno de sus bancos, con su libro como única compañía. Nunca lo vi hablar con nadie. Me preguntaba si estaría casado, si tendría hijos. o nietos.. Me imaginaba, quizá por verlo siempre en soledad, que era viudo, que había perdido a la compañera de su vida, y que en el último tramo de existencia, se sentía, quizá, un tanto triste y solo, y que la lectura era lo que llenaba su tiempo, y me sentía muy identificada con él, porque no me cuesta imaginarme como una anciana que nunca perderá el hábito de la lectura.

Lo fui viendo envejecer. El ritmo de su paso disminuía y ya no caminaba tan erguido. De pronto, el otoño pasado, desapareció. Tardé meses en percibir su ausencia, porque el invierno ha sido tan frío y tan gris, que la idea de leer en la calle era prácticamente un riesgo para la salud, sobre todo de una persona mayor. Creí que con la llegada de la primavera abandonaría el calor de su hogar y retomaría su rutina, pero la realidad es que no ha llegado a suceder.

Muchas veces pensé que sería una bonita idea sentarme a su lado, hacerle algún comentario sobre el libro que leía, o simplemente decirle "Qué buen día hace...", pero, desafortunadamente, no lo hice. Ahora pienso que es muy probable que no vuelva a tener oportunidad de hacerlo, y lo lamento muchísimo, porque durante un largo tiempo se convirtió en un personaje que, aún sin nombre, era especial para mí, y seguramente a él le hubiera gustado saber que tan sólo el hecho de verlo me provocaba una pequeña alegría.

MAYA.



miércoles, 12 de mayo de 2010

Recuerdos.

Con el paso de los años, uno acumula una ingente cantidad de recuerdos a las espaldas. Cuando, como es mi caso, se tiene una memoria especialmente desarrollada, la capacidad de gestión de esos recuerdos es fundamental para ser capaz de disfrutarlos sin que la nostalgia te golpee.

Cada día, cuando me despierto, repaso mentalmete los cumpleaños del día. No me refiero a las personas con las que comparto mi momento actual, sino con las que he compartido todos los momentos de mi vida. Lo que a muchos les parece una gran ventaja, muchas veces se convierte en inconveniente. No puedo dejar de felicitar a nadie si no quiero provocar una reacción de desconfianza en mí, porque cualquier persona se tomaría esta ausencia como un toque de atención por algo.

Recuerdo títulos de películas, nombres de actores, nombres de los personajes que representaban dichos actores en dichas películas, diálogos, o incluso escenas completas... Soy una pequeña enciclopedia de datos en su mayor parte inservibles, excepto cuando alguien no tiene internet a mano.


Asocio las canciones a ciertos momentos del pasado, a vacaciones, a compañeros de viaje o incluso a lugares concretos. Tarragona es
Ideal World, de The Christians; León, La chica de Mel, de Los Flechazos; París, When I fall in love, de Rick Astley; Londres, Baby, I love your way, de Big Mountain; Munich, This Love, de Maroon 5. Ninguna de ellas son canciones de mi vida, pero no puedo evitar volar al pasado y revivir esos lugares cada vez que las escucho. Me hacen sonreir...

Sin embargo, los recuerdos que más impacto me causan, que a veces provocan que el corazón se me desboque, son los olfativos. Voy caminando por la calle o entro en algún lugar, y de pronto me asalta la imagen de alguien del pasado en forma de fragancia, e incluso cuando esas historias tuvieron su final hace años, mi apéndice nasal se separa de mi mente y tan sólo tengo que cerrar los ojos para que el recuerdo se convierta en algo casi tangible, y sentir que no ha pasado el tiempo...

Durante toda mi vida he buscado un aroma que me identifique, del mismo modo que mi memoria los asocia a determinadas personas, pero soy voluble y cambiante, y a lo largo de los años he ido acumulando tantos perfumes que me temo que se habrá de recurrir a otros recursos para recordarme.

MAYA.

lunes, 3 de mayo de 2010

Cinco.

No estoy muy segura de si en algún momento me llegará la llamada de la maternidad y, sin embargo, ya no concibo mi vida sin mis niños.

Hoy cumple cinco años mi sobrino mayor. Luis fue el primer bebé que tuve entre mis brazos, con apenas 24 horas. Pasé todo un puente de mayo esperándolo y tuvo a bien decidirse a nacer cuando yo ya había vuelto a casa. Recuerdo sus manos y sus pies, y la sensación de que era el bebé más bonito que había visto nunca.. Me recuerdo aterrorizada las primeras veces que su mami me sugería, sin lugar a réplica, que lo cambiara de pañal o de ropa.. Me obsesionaba verlo todo lo frecuentemente que me era posible, porque no quería que tuviera la oportunidad de olvidar mi cara.

Recuerdo la primera vez que me levanté a darle agua porque tenía tos. Recuerdo cuando se despertaba y sólo decía "Hola" hasta que alguien le hacía caso. En realidad, seguía diciendo "Hola" infinitamente, porque era prácticamente lo único que sabía decir... Recuerdo aquel baño en el mar con su madrina y conmigo, cuando nos costaba un auténtico triunfo convencerlo para bañarse. Recuerdo cuando salió corriendo en medio del discurso que estaba dando en la boda de su madrina, perfectamente sincronizado con lo que yo decía en aquel momento...

Cambié de nombre para que él lo pudiera pronunciar, y el nombre se ha quedado conmigo, supongo que para siempre. No sé hablar con los niños con ese tono infantil que utiliza la gente, ni cedo con facilidad a los chantajes emocionales. No soy de esas personas capaces de jugar durante horas con los niños porque su compañía les apasiona, y no soy especialmente cariñosa. Por todo ello me cuesta un poco más ganármelos, supongo. Les hablo como si fueran adultos en pequeñito y estoy lejos de ser su compañía favorita. Pero con Luis funcionó, y su cariño surgió de forma espontánea, y por ello he seguido comportándome así con mis siguientes niños.

Me encanta cuando me dice "¿Me convidas a uno, por favor?", cuando me elige para que le cuente un cuento, cuando corre hacia mí para saltar a mis brazos, o cuando mantiene conmigo una conversación divertidísima. Me prometió casarse conmigo "a los 8 o a los 20", pero ya se ha arrepentido. Ya no sé qué puedo hacer para competir con Paula B..

Mis niños son los más bonitos del mundo, y es un hecho objetivo. Mi vida es un poquito más plena gracias a ellos, a sus sonrisas y a que formo parte de su pequeño mundo, y cuando hablo de "mis sobrinos", y sé que ellos me consideran "su tía" se me alegra el alma, y siento que no sería posible quererlos más de lo que los quiero, ni siquiera si tuviéramos la misma sangre.


MAYA.

miércoles, 28 de abril de 2010

Tiempo de sinceridad.

Si hay algo en el mundo que me enfurece y me saca de mis casillas es la hipocresía. Muchas personas la esconden tras una capa de falsa amabilidad, pero es tan, tan fina, que ni siquiera hay que ser demasiado hábil para ver tras ella.

No soporto esas sonrisas, detrás de las cuales tan sólo encuentras ojos fisgones, que valoran tu aspecto, tu vestuario, que te preguntan "¿Qué tal?", como si de verdad les importara, que se interesan por tu familia, y por conocidos comunes y que al marcharse se despiden con un "A ver si quedamos", cuando ambas partes saben que eso nunca sucederá. Es aún peor cuando de pronto te conviertes en receptor de mensajes o correos electrónicos que parecen sacados de un mal libro de autoayuda. "Lo importarse es amarse a uno mismo", "Si me necesitas, yo siempre estaré ahí", "Ante todo, tienes que ser tú mismo". Cuando estás pasando un mal momento emocional todo el mundo se convierte en psicoanalista, y se siente con derecho a ofrecerte los más emotivos consejos.

Vivimos en sociedad, y eso nos obliga a mantener unas ciertas normas de convivencia con nuestro entorno, pero en mi opinión no es educado quién me obliga a mantener una conversación que no quiero mantener. Un cruce de miradas, un gesto con la cabeza, un "hola", con media sonrisa, que indique "Sí, nos conocemos, no nos gustamos y no importa", sería suficiente para mí.

Me incomoda especialmente cuando con esas personas se ha mantenido una relación cercana, íntima, en algunos casos, y entonces resultan aún más ridículos ciertos encuentros. Es muy difícil acostumbrarse y normalizar relaciones que, por ciertos motivos, han evolucionado, y han pasado del todo a la nada. ¿Cómo dejar en el olvido a alguien con quién has compartido vivencias y secretos, que ha sido parte de ti? ¿Cómo conformarte con esa sonrisa falsa, cuando era parte de tus risas? Va pasando el tiempo, y el rencor va dejando paso a la indiferencia, y finalmente, cuando has superado todas las etapas necesarias, llega la nostalgia, y eres capaz de pensar en esas personas con cariño, y atesoras los recuerdos en común, hasta el punto que todo lo demás no importa, y aunque vuestros caminos se separaran, sientes que mereció la pena ese tiempo compartido. El camino hasta llegar a ese momento de revelación es duro y no siempre se llega con éxito. Tan sólo si se vive de una forma digna y se deja de lado la hipocresía es posible.

No resulta sencillo decirle a alguien "No te quiero en mi vida", cuando esas personas te han importado. Sin embargo, tras el trauma de cómo hacerlo, tras la violencia del momento, los nervios y el malestar, lo que queda es la tranquilidad de haber sido fiel a uno mismo y una puerta abierta a un posible reencuentro.

Durante años acumulé en mi vida personas que robaban mi tiempo y energía, sin aportarme demasiado a cambio. Mi necesidad por gustarle a todo el mundo era más fuerte que yo. Aún hay muchas veces en que pierdo la batalla ante esa necesidad, pero tarde o temprano, acabo recuperando la cordura. Los periodos de crisis siempre conllevan una prueba de fuego para la gente que nos rodea. A pesar de ello, el balance siempre acaba siendo positivo, y la hipocresía queda relegada por la honestidad y el cariño sincero que cada uno despertamos en ciertas personas. En ese momento, sólo es necesario respirar hondo, intentar pasar página y esperar a que dejen de llegar mensajes que te desestabilizan tanto, que acabas escribiendo un post para desahogarte...


MAYA.

sábado, 24 de abril de 2010

Los sonidos de mi silencio

Mi Palacio del Silencio, mi hogar, mi pequeña casa, no es un lugar tan silencioso. El silencio nunca es silencio absoluto. El silencio del que disfruto está repleto de ruidos. Los que llegan desde la calle, el televisor encendido, aunque su volumen esté al mínimo, el ventilador del ordenador, la cisterna en el baño, el reloj del salón, el del horno... Todos estos sonidos son mi silencio del día a día, los que me acompañan cuando cierro la puerta tras de mí, los que anhelo cuando llevo horas fuera de casa... En realidad, es tan sólo un silencio de voces...

No soy capaz de llevar a cabo apenas nada sin la complicidad de éste silencio personal. No conozco otro modo de escribir o de leer.

A veces fantaseo con la posibilidad de pasar unos días de reflexión en soledad, lejos del Palacio, en algún lugar silencioso y hermoso, y me doy cuenta de que la belleza de esos lugares en los que pienso, también está unida a ciertos sonidos. El murmullo tranquilo del mar, o quizá las olas golpeando contra la orilla o las rocas; el viento meciendo las hojas de los árboles o las briznas de hierba; en la naturaleza, tampoco hay silencio...

Ni siquiera hay silencio dentro de mí. Quizá no verbalizo esos sonidos, pero viajan por mi interior. Son sonidos de recuerdos, canciones que me persiguen, historias que me invento para mí misma...

No me siento sola con frecuencia, ni siquiera pasando tanto tiempo en soledad. Esa falta de silencio siempre me acompaña: los avisos del messenger, un sms, un correo electrónico. Por mucho que disfrute de mi aislamiento, he de reconocer que cada uno de esos sonidos suele provocarme una sonrisa, porque son el motivo de que no me sienta sola... Y cuando salgo de mi fortaleza, de mi burbuja de estupidez, estos pequeños sonidos se convierten en vosotros, las personas que los enviais, las que preguntáis por mí al otro lado de un teléfono o un ordenador. Y mi silencio se llena de voces y risas, de cariño y de esperanza, y es en esos momentos cuando soy plenamente consciente de que adoro mi soledad y silencio porque, gracias a vosotros, puedo salir de ella cuando me apetece.

(Para una de las personas que siempre está cerca, con su voz o sus letras, la niña del cumpleaños, 26 de abril de 2010. Felicidades, pequeña. TE QUIERO)


MAYA.

miércoles, 21 de abril de 2010

Todo es relativo.

Resulta curioso que dos sensaciones tan antagónicas como la felicidad y el dolor estén unidas por su absoluta relatividad... Incluso el dolor físico es relativo. Lo que a uno le resulta casi insoportable, a otro le puede parecer nimio. O quizá lo que a uno en su momento le podía parecer nimio, pasa a convertirse en algo muy doloroso.

Hoy me he tatuado por cuarta vez. En realidad he hecho un "cover" a mi primer tattoo, que por el tiempo y el mal hacer del tatuador original, tenía un aspecto terrible. Lo que con 20 años me pareció casi una caricia, hoy se ha convertido en un dolor que me hacía apretar los dientes (he de decir que el resultado ha sido maravilloso).

En mi opinión, esto sucede en todos los ámbitos de la vida. De pronto, algo ya familiar, que nunca te afectó de una forma especial, te golpea provocándote un malestar inesperado, que precisamente por inesperado, molesta más.

Lo mismo ocurre con la felicidad. ¿Qué nos hace felices? Sí, seguramente todos partimos de las mismas premisas básicas ("Tres cosas hay en la vida..."), pero con el tiempo, quizá no se conviertan en otras, pero al menos sufren pequeños cambios, y las mismas cosas no te hacen igual de feliz.

Cuando tenía 15 años, en una clase de religión, el profesor nos hizo la manida pregunta "¿Qué queréis ser de mayores?". Todo el mundo contestó lo esperado: futbolista, médico, bombero... Alguno más original dijo "rico". Yo, para no variar, me salí por la tangente y dije "Yo quiero ser feliz". Mi profesor, Don Julio, replicó, "La felicidad no existe". Yo insistí, "Pues a mí me gustaría ser feliz". Él, en sus trece "Eres una egoísta. No se puede ser feliz con la miseria, las guerras y el hambre en el mundo...". "Bueno, pues a mí me gustaría tener una parcelita de felicidad..."

Tantos años después, sigo deseando lo mismo, mi parcelita... No me atrevería a decir que no soy feliz. Mi vida está llena de cosas maravillosas que valoro y agradezco, pero siento como si, en cierto sentido, hubiera perdido la capacidad de disfrutarlas.

Supongo que la felicidad está dentro de cada uno, y los condicionantes externos la atenúan o la empobrecen. Por eso hay quién, con apenas nada, está inmensamente satisfecho y a quienes, teniéndolo todo, les consume la insatisfacción. Quiero pensar que yo estoy en algún punto indeterminado entre ambas situaciones, y que éste no es más que un periodo de aprendizaje, otro más en la vida, en que tengo que redescubrirme, reinventarme. Mi nuevo tatuaje significa renovación, cambio de ciclo. Quizá pueda tomarlo como punto de referencia de este deseo de evolución personal. Eso sí, espero que la vida me eche una mano y me ayude a conseguir la estabilidad, porque no creo que sea prudente marcar mi cuerpo con cada crisis existencial!!

Aprovecho para agradeceros todas las bonitas palabras que me habéis dedicado, algunos en este espacio público y otros de forma privada. GRACIAS. Si mis palabras os llegan, si tienen algún valor para vosotros, aún tendrá más sentido para mí seguir escribiendo.

MAYA.

sábado, 17 de abril de 2010

Balones de tarde de sábado.

Me están volviendo loca esos niños... Hay una gran pared frente a mi casa, que tres niños utilizan desde hace horas para hacer rebotar un balón de fútbol. Me las prometía muy felices en mi Palacio del Silencio, y me veo irritada por un ruido que martillea mi cabeza, ya de por sí perjudicada por la pesadez del nublado.

No sé qué me enerva más, si el ruido del balón o las risas felices de los niños. Siempre tengo la sensación de que hay una confabulación del mundo para recordarme que, mientras yo no sonrío, otros sí lo hacen...

Intento recordar mi risa cuando era niña, pero lo cierto es que no me recuerdo nunca especialmente risueña. Mis libros, mi soledad, mi peculiaridad, siempre me han acompañado. Quizá no me doy cuenta de cuándo río porque no le doy importancia. El caso es que yo nunca jugué en la calle dando patadas a un balón, por eso me está costando reprimir las ganas de asesinar a los tres muchachitos. Es más fácil cuando uno puede ponerse en el lugar de otros. Como cuando a las 3 de la mañana pasan veinteañeros bajo mi ventana cantando desaforados, y yo pienso "No te quejes, que no hace tanto que tú lo hacías..."

Y por una vez en meses deseo que vuelva la lluvia intensa, y que los pequeños futbolistas desaparezcan de aquí. Por supuesto, mi deseo no sólo no se cumplirá, sino que, tiempo al tiempo, acabará brillando el sol, como si de una ironía de la meteorología se tratara...

E intento concentrarme en algo, y recuerdo la vieja idea de crear un blog, y, animada por la novedad del tema, me encuentro delante de estas plantillas, que apenas sé utilizar, y decido empezar a escribir antes de seguir investigando, por si se me pasa la pasión del antojo, como tantas otras veces...

Busco un nombre que me identifique, y pienso en una realidad de mi vida: no encuentro mi sitio. Vaya, no hay suerte, necesito otro, porque el enlace ya existe, y veo de reojo el libro que estoy leyendo, Maya Fox "La elegida", literatura adolescente agradable para una tarde solitaria de sábado, y pienso que Maya es un bonito nombre. ¿Por qué no?

No encuentro mi sitio. Estoy viendo la vida pasar frente a mí, como un tren, que a veces va lento y a veces apenas lo siento pasar, y se me está escapando. Veo a los pasajeros, la gente que me acompaña en mi vida, subidos en ese tren. Algunos ya ocupan cómodamente sus asientos. Tienen, incluso, los pies en alto, y leen un libro, mientras sus niños corretean por los vagones. Otros van de vagón en vagón. Aún no se han sentado, pero tienen su billete en las manos, y caminan seguros hacia el asiento adjudicado.

Hay quienes caminan inseguros a lo largo del pasillo. Se sientan en un sitio y en otro, concientes de que tienen todo el tiempo del mundo para elegir un asiento definitivo.

Y luego estoy yo. No me subo al tren. No sé hacia dónde dirigirme ni dónde sentarme, así que sigo en el andén, esperando alguna especie de revelación, un gran letrero luminoso que me indique a qué dichoso vagón subirme. No sucede, y sigo esperando...

Y me veo aquí, a punto de cumplir 35 años, completamente perdida, desquiciada por el sonido de un balón en la calle, y utilizándolo como pretexto para esta primera entrada de lo que no sé si seré capaz de continuar...

Voy a intentar personalizar un poco esto, por si se da el caso de que finalmente siga con el plan. Si hay alguien al otro lado de estas letras además de mí misma, "HOLA".

MAYA