viernes, 10 de abril de 2020

ADORNOS EN FORMA DE TINTA.

Soy de naturaleza caprichosa, de carácter antojadizo y una de las personas más presumidas que conozco. Ahora que estamos avocados a malos (muy malos) tiempos económicos, me avergüenza un tanto pensar en la cantidad de dinero que he gastado en ropa, zapatos, complementos... No pude evitarlo. Jamás he gastado por encima de mis posibilidades, y junto con el teatro, la tontería de adornarme un poco, es lo que más me caracteriza. Lo de ser una Barbie, o una Bradshaw, depende de quién me lo llame, lo llevo con orgullo, y, como digo siempre, ya soy muy mayor para cambiar ciertas cosas, sobre todo si me hacen feliz... Y la realidad es que cuidarme un poco, me alegra. Estos días me seguís viendo arreglada, peinada e incluso un poquito maquillada, y con mis labios eternamente rojos si hay vídeo llamada de por medio, así que, sí, tiene pinta de que la Barbie hispana no se marchará nunca.

Entre todas estas superficialidades que me adornan y me definen, hay dos que es fácil asociar conmigo. Una es mi pelo, esta melena que me ha regalado la naturaleza y que, cuando acabe esta cuarentena parecerá la de Mónica Naranjo, pero con la división rubio-moreno en horizontal, y la otra son mis tattoos...

Empecé a tatuarme con 20 años. Era joven e imbécil, como lo somos casi todos con 20 años, y elegí un diseño de una carpeta y un tatuador al azar. Como podéis imaginar, aquello fue un error a la larga, pero durante un tiempo aquella pequeña luna espantosa y sonriente me hizo muy feliz. Recuerdo a aquel noviete de la universidad, hijo de militar y tan facha que llevaba mi foto junto con la de Franco en la cartera (sí, amigos, porque todos tenemos un pasado del que avergonzarnos) que le decía a sus amigos que salía con una chica de izquierdas y tatuada, y yo me moría de orgullo...

Pasaron unos años, otros novios, otras circunstancias, y los tattoos quedaron un poco en el olvido. Pero, de pronto, mi vida se fue al traste. Me quedé, al mismo tiempo, con apenas 24 horas de diferencia, sin un trabajo que me había hecho muy feliz y sin un novio que me había hecho bastante infeliz. Unos días después acompañé a una amiga que iba a tatuarse. Pedí cita para mí, sin meditarlo mucho, y me hice un pequeño tatuaje en un tobillo, un jeroglífico egipcio que, supuestamente, significa LIBERTAD. Nunca he estado muy segura de si ese significado es real, pero dos de los símbolos son el viento y el sol, así que, lo di por bueno, y me sentí muy satisfecha de marcar mi cuerpo con lo positivo de una situación vital que era justo lo contrario.

Y justo ahí, queridas amigas y amigos, empieza verdaderamente mi historia de amor con la tinta... En estos últimos 10 años de mi vida, he llenado mi cuerpo de emociones y de vivencias en forma de tatuajes. Son pequeñas obras de arte que me recuerdan momentos esenciales, me motivan, me identifican de forma única y, sobre todo y fundamentalmente,- y si has llegado hasta aquí, querida lectora o lector, ahora viene lo importante-, repito, FUNDAMENTALMENTE, me unen de por vida a unas cuantas personas esenciales e imprescindibles, con las que no comparto sangre, pero comparto tinta.

El otro día, mientras me duchaba y veía todas esas marcas en mi piel, me dio por pensar que jamás creí posible llorar de emoción al mirarlos, porque, en estos días de tantísima soledad, esa tinta me recuerda a las personas que comparten esos diseños conmigo, algunos de forma literal, otros porque me prestaron diseños que al final no utilizaron, otros porque lo diseñaron para mí, otros porque los inspiraron... Y doy gracias porque esas personas me consideraron tan importante como para llevar en su piel algo que les recordará a mí siempre, del mismo modo que me pasa a mí. Y en este horror de situación que estamos viviendo, creo que sentirnos amados es lo que nos salva de la locura. Aún estamos lejos del final, pero más cerca que hace cuatro semanas (CUATRO SEMANAS YA...), y no sabemos lo que nos espera. Va a ser muy difícil, aún no sé cómo podremos volver a una frágil normalidad, ni si nos podremos apañar económicamente. Lo que sí sé, y mis tattoos se encargan de recordármelo, es que hay AMOR en mi vida, hay gente dispuesta a luchar a mi lado, del mismo modo que yo estaré siempre al suyo, y que, juntos, JUNTOS, todo será un poquito más fácil.

Así que, queridas y queridos, tanto si compartís conmigo un poquito de tinta como si no, espero que sepáis que estoy a vuestro lado. Me queda mucho cuerpo libre, por cierto, y siempre estoy abierta a nuevas incorporaciones, así que, y a pesar de que pensé que con mis RED LIPS remataba mi lista de adornos corporales, quizá cuando todo esto acabe, deberíamos pensar en algo que quizá nos una un poco más...

MAYA

PD- En mi corazón caben muchas personas, creo que lo sabéis, pero, por motivos obvios, este texto va dedicado a mis compis de tinta: Anto, Vane, Laura, César, Ber, Lorena, Charo, Amparo, Kris... Ah, y por supuesto, a Juan y María, que llevan 20 haciendo mis pequeños sueños de tinta realidad, y que ya son amigos y familia.

miércoles, 18 de marzo de 2020

El amor en tiempos del coronavirus

Hace unos días utilicé este amago de absurdo homenaje a mi novela favorita de García Márquez para hacer una broma acerca de una tontería de Instagram. Sin embargo, lo que no pretendía más que ser una bobada divertida, se instaló en mi cabeza a modo de mantra y no puedo dejar de pensar en ello.

Cinco días llevo en este confinamiento necesario. Cinco, sólo cinco de los, me temo, muchos que se nos avecinan. Cinco días sin más contacto directo con nadie más que con mi vecina, de ventana a ventana, cuando salimos a aplaudir a las 8, y 5 minutos hablando desde la misma ventana con una amiga que volvía hacia su casa el domingo, tras un acto de solidaridad. 10 minutos de interacción social en 5 días. Y sí, yo disfruto de mi soledad más que nadie que conozco. Llega el fin de semana y soy feliz de encerrarme un par de días, sin necesidad de nadie más que de mí misma, mis libros, mis series. Y cuando se planteaba una hipotética situación como ésta (no como ésta, vive Dios, porque nadie esperaba algo tan dramático como esto...), yo pensaba, aparte de en la precaria situación económica en la que me dejaría, en la bonanza y la tranquilidad de pasar días y días dedicada a mí misma y a mis aficiones caseras.

Aquí estamos. Cinco días, cinco, y ya soñando con salir mañana al súper, porque necesito unas cosillas. Fantaseando, incluso, con qué ponerme, después de 5 días de sudaderas. Eligiendo el color de mi barra de labios (rojo, por supuesto, pero qué tono exacto...). Pensando que voy a ir por el otro lado de la manzana, para caminar 200 metros más. Deseando, si hay suerte, que la cajera tan encantadora que suele llamarme "la del pelazo", me cobre, si es que está trabajando, y ver una sonrisa amiga.

Cinco días, sólo cinco, y me siento un poco sola, creo que por primera vez en mi vida. Y claro, es que hay algo completamente obvio que marca la diferencia con respecto a cuando me encierro por voluntad propia, y que no había valorado. De lunes a viernes yo estoy rodeada de gente, y no gente cualquiera, sino de mis alumnos, en mis clases de la academia o particulares, seres humanos magníficos de todas las edades, que comparten su alegría y su vida a ratitos conmigo. Mis encierros voluntarios son pausas entre días de risas, de complicidad, de historias, de enseñanza, de aprendizaje. De anécdotas con my lovely Brisish compis. De charletas sobre series, pelis, cotilleos. De carcajadas con los pequeñajos. Y llega el viernes y me puedo permitir el lujo de elegir entre seguir acumulando amor, viendo a mi familia y a mis amigos, o quedarme en casa disfrutando del silencio.

Y de pronto, me veo privada de todo ese amor presencial, y me encuentro llorando inconsolablemente mientras veo un vídeo de Gary Barlow y Ronan Keating cantando a duo "Baby, can I hold you", una canción que yo canto constantemente (mucho peor que ellos), y pienso que, por primera vez en mi vida, la soledad se me queda un poco grande, y que nunca antes había deseado tanto un abrazo, que no está nada claro de cuándo llegará...

Y siento que el amor en los tiempos del coronavirus hay que vivirlo de otra manera, y que a mí me falta un poquito de práctica. Y que ahora contesto a todos los whatsapp, incluso a los memes idiotas, que en muchos grupos nos damos los buenos días para preguntarnos cómo estamos y me resulta precioso. Que cada vez que me llega un audio o un vídeo de mis pequeñajos, lloro como una boba. Que hace dos días experimenté por primera vez con Zoom con mi compi para poder hacer videoconferencias con mis chicos, y que estoy deseando probarlo. Que ayer hice dos videollamadas por whatsapp porque necesitaba ver caras queridas. Que no tengo tiempo ni de leer ni de ver apenas series, porque estoy feliz de corregir todo lo que me mandan mis chicos. Que en cuanto me descuido, se me llenan los ojos de lágrimas, a veces por el miedo o la incertidumbre, y otras muchas de emoción de puro cariño y de agradecimiento por tantas muestras de humanidad como ciudadanos. Ahora mismo, que acabo de salir a la ventana, mi famosa ventana, al aplauso para la Sanidad, justo debajo, a una mujer mayor se le ha roto el trolley en el que traía la compra y todo se ha desparramado por el suelo. Las dos mujeres que venían detrás, ni lo han dudado, y ni distancia de seguridad ni nada, porque si en algún momento merece la pena saltársela, es por echarle una mano a alguien....

Y este amor en los tiempos del coronavirus (todo el texto a punto de poner "cólera") es lo que nos va a salvar, no sé si la vida, pero sí la cordura. Así que practicadlo. Escribios, llamaos, mandad fotos, vídeos, o lo que os dé la gana, pero no dejéis que nadie se sienta solo o falto de amor. Esto va a ser largo. Cuento con vosotros. Contad conmigo.



Rebeca 

PD- Hoy, de pronto, necesité escribir. Me da tristeza haber vuelto al blog por esto, pero, eh, he vuelto. Intentaré, lo prometo, que Maya sonría y escriba en estos días. Ojalá os apetezca seguir leyendo.