sábado, 16 de abril de 2016

El corazón del barrio

        Casi todos los edificios de mi calle han sido rehabilitados a lo largo de los años. Son construcciones bonitas y armónicas, con pequeños balcones de forja y no más de cuatro alturas. Sin embargo, a tan sólo unos metros de mi casa, justo a la vuelta de la esquina, sobrevive un edificio sin reformar. En su bajo, hay un taller de zapatería, uno de esos diminutos locales que huelen a cuero y a cola de pegar, y en los que se amontona calzado al que poner tapas, medias suelas y otro sinfín de pequeñas reparaciones que prolongan su vida. Apenas quedan talleres así, y mucho menos en el centro de la ciudad, pero éste ha sobrevivido y tiene una amplia y fiel clientela.

        El zapatero es un hombre anciano, octogenario, probablemente, y al que le falta la pierna derecha. Supongo que, ya en su madurez, decidió que no merecía la pena intentarlo con las prótesis, y lleva, a la antigua usanza, la pernera derecha del pantalón cosida justo por debajo del muñón. Los años le pesan, y las muletas que, seguramente en otro tiempo eran un apéndice más de su cuerpo, ahora lo mueven de forma lenta y torpe… Sin embargo, sentado en su pequeño taller, es un auténtico mago. Las reparaciones más inverosímiles tienen lugar entre sus manos, y por un precio tan pasado de moda como su negocio.

    A su lado, siempre, su esposa (su amante, su amiga…), una mujer amabilísima con sonrisa perenne, una abuela de cuento, de pelo corto ensortijado y gafas enormes de gruesos cristales. Casi siempre está de pie, en medio del pequeñísimo espacio que queda libre entre su marido y las estanterías donde se apilan los encargos pendientes. Apenas queda hueco para un cliente y por ello, al entrar, yo suelo tener la sensación de que invado su privacidad. La sonrisa de esa entrañable mujer hace que esa sensación desaparezca de inmediato.

       Ella es, además de su eterna acompañante, su chófer. Conduce un pequeño Citroen Saxo, del que emergen los dos con cierta dificultad por su corpulencia. Si alguna vez veo otro coche en la plaza para discapacitados que suelen ocupar, me ofende, porque siento que les han quitado su sitio, apenas a unos metros de su negocio.

      Todo en ellos me provoca ternura. Los imagino juntos, así, como ahora, desde hace más de 50 años, sin saber si están siquiera casados. Los imagino rodeados de hijos y nietos, ignorante de su vida más allá de la zapatería. Los imagino felices, porque es lo que transmiten tras el cristal de la vieja puerta del taller. A veces freno mis pasos un poco antes de llegar al local y los observo un momento sin que me vean, y pienso que, aún convencida de que la felicidad no tiene por qué llegar de la mano de una pareja, debe de ser hermoso compartir todos tus recuerdos con alguien, llegar al ocaso de tu vida de la mano de la misma persona que la ha sostenido siempre… Pienso que llevar ese pequeño negocio les sigue dando vida y deseo, a pesar de lo improbable, que sigan pudiendo hacerlo durante mucho tiempo. En una ciudad en la que, como en todas, las grandes superficies arañan clientes al comercio convencional por sus horarios y competitividad, quiero pensar que los auténticos corazones de los barrios, son locales como éste, porque sus dueños tienen allí su corazón...

      La semana pasada uno de mis alumnos me contó que había visto una ambulancia bloqueando la calle, justo a la puerta del taller. Pasé  por la puerta un rato después y vi el Saxo aparcado de cualquier manera un poco más adelante. Desde entonces, la verja está cerrada. No sé cuál de los dos enfermó, no sé qué ha pasado, pero cada día, al girar la esquina, contengo un segundo la respiración esperando que, quizá, hayan vuelto… No quiero perder la esperanza… Los grandes amores pueden con todo. Quiero que el corazón de mi barrio siga latiendo.


MAYA.

3 comentarios:

  1. Querida Maya,
    Al leer su relato sobre el corazón de su barrio creo que el mío ha perdido un par de latidos. No se preocupe, creo que sólo ha sido por la belleza de sus palabras. Deseo, de todo corazón, que siga compartiendo esos raritos robados con ellos.
    Por favor, avísenos cuando vuelva a recuperarlos.

    Atentamente, su Nube.

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  2. Querida amiga
    Sí nos colocaramos en lo alto de una nube viendo desfilar a todas las personas anónimas o no q han dejado su rastro en nuestro yo a lo largo de la vida,veríamos que todas ellas han venido para quedarse; conforman lo que somos y nos completan como personas, dando sentido a nuestras vidas. De vez en cuando, algunos afortunados se paran a contemplar y se dan cuenta de lo dichosos que somos al compartir esos momentos, como tú lo has hecho. Me alegra sobremanera ver q somos unos cuantos

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  3. Las ciudades tienen vida propia. Lo vemos cuando volvemos a un sitio que conocíamos muy bien después de muchos años. Calles que cambian de nombre, edificios que aparecen, casas que desaparecen, plazas que vienen, rincones que van. Barrios nuevos, ensanches. Tiendas que frecuentábamos, pero que ahora ya no están.

    Pero, qué es en realidad la vida de las ciudades?? En definitiva, no es otra cosa que la vida de sus personas, de sus habitantes. Nacen unos, otros se van.

    Pero, al final, cuál es mi legado para mí ciudad. Qué dejo yo a mi gente, con los que he convivido, qué dejo yo a los que vienen detrás ¿He sido sólo un parásito que ha consumido del esfuerzo de otros o también he dejado algo?

    Nuestra inspiración hoy se viste de zapatero remendón. Nos dejan un trabajo, un olor y un cariño. Te lo dejan a ti. Y Maya a nosotros.

    Ano

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