Yonqui del teatro. Así me llama una buena amiga. Teatrópata
es otro adjetivo inventado que me han regalado hace poco y que me encanta. La
realidad es que el amor por el teatro es algo que, no sólo me caracteriza, sino
que, desde hace un tiempo, me define mejor que cualquier otra de mis aficiones,
que por otra parte, están interrelacionadas entre sí (¿cómo entender el amor al
teatro sin el que siento por la literatura, por ejemplo?)
Como el resto de las cosas que amo, mi gusto por el teatro
es compulsivo. Hace años que mi presupuesto de ocio lo dedico prácticamente íntegro
a saltar de teatro en teatro, y organizo mis fines de semana en Madrid en
función de las obras y espectáculos que tengo en mente. Mis mínimos, casi
inexistentes, ingresos, no dan más de sí y renuncio a lo que haga falta para,
una vez al mes, empaparme de artes escénicas.
Es fácil elegir bien entre la amplia oferta de la cartelera.
Las redes sociales juegan a mi favor, y las recomendaciones hacen que, la mayor
parte de las veces, vaya “a tiro hecho”. La hora y media o el par de horas que
paso dentro del teatro, se me olvida la vida, las penas, los problemas, las
inseguridades a miles que me asaltan desde hace tiempo, se me olvida ayer y
mañana, y sólo existe un texto y unos intérpretes sobre un escenario. El resto
de mí y de mi existencia, simplemente, desaparece.
De cuando en cuando el universo confluye conmigo y con mi
corazón y sin poder explicarlo, una obra en cuestión me golpea, me sobrepasa,
se me clava en el alma y se me mete tan dentro que me hace preguntarme cómo he
logrado vivir sin ella hasta ese momento.
Desde que el año pasado se estrenó Constelaciones, me vi
curiosamente obsesionada por ella, sin tener más información que su éxito a
nivel internacional, que la protagonizaba Inma Cuevas, cuya carrera sigo (y
admiro profundamente) desde hace años, y que tenía un título que parecía hecho para mí.
Compulsiones, ya os decía: pues las estrellas son una de ellas.
Tardé más de un año en conseguir, por fin, ver la dichosa
función. Imaginaos tantos meses de expectativas crecientes, de hacerte ideas y
ensoñaciones y de evitar leer críticas y todo tipo de artículos para que no me
destriparan nada. Por fin, en julio, llegó el momento…
Ponerle palabras a lo que sentí aquella noche no es nada
sencillo. Para mí el teatro es magia. Aquella noche, volé. Me sentí fuera de
mí, como si flotara sobre el patio de butacas, como si no hubiera nadie más que
yo en el maravilloso Teatro Lara, y cada palabra que salía de la boca de los
dos imponentes actores fuera exclusivamente para mí, porque todo tenía sentido,
porque sentía dardos en el corazón, porque una parte de la historia me toca de
forma muy personal, porque hay estrellas tatuadas en mi cuerpo. Tuve un ataque
de ansiedad intentando evitar un llanto escandaloso…
Tener la oportunidad de charlar al finalizar la función con
Fran Calvo, protagonista de la misma, fue el colofón de una maravilla de velada
teatral. Su pasión por el texto, por su profesión, su sonrisa, su mirada de “creo
firmemente en la verdad de lo que hago” explica por qué es un intérprete tan
magnífico. Como le dije, el mejor piropo que le podía regalar, es que estaba al
nivel de Inma Cuevas (y los que la hayáis visto en escena, entenderéis que es
un piropazo). En ocasiones posteriores, he tenido la suerte de poder compartir, también con ella, mi pasión por su trabajo, y descubrir la encantadora persona que hay tras la actriz.
Tras aquel día, he vuelto a ver Constelaciones dos veces más
y he leído el texto en su versión original. Hace tres semanas tuve la suerte de
ser espectadora de la función número 50. Lo que se creó allí aquella noche fue
INOLVIDABLE. Imaginaos una sala llena de personas dispuestas a enamorarse de
una obra y de unos intérpretes, un silencio respetuoso, tan sólo roto por las
risas o los sonidos de llantos contenidos, una energía tan increíble que
viajaba ida y vuelta entre actores y espectadores, que sentíamos aquella
historia como si nos perteneciera a todos y cada uno de nosotros. En esta
ocasión sí lloré. Lloré con la tranquilidad de la emoción, con lágrimas de
agradecimiento, con sonrisa de tristeza, con la certeza de saber que ese
recuerdo me acompañará siempre.
¿Que qué es Constelaciones? Es una historia de mil historias, es
la consciencia de la fragilidad de la vida, es la sensación de que la risa y el
llanto a veces son inseparables, es la certeza de que hay palabras que otros
han escrito para ti, es la expresión teatral de la belleza más pura, es la constancia
de que aquí y ahora, sólo Fran Calvo e Inma Cuevas pueden ser Roland y
Marianne, y la seguridad de que, en mi corazón y en mi alma, esos personajes
siempre tendrán sus miradas limpias, sus sonrisas francas y llenas de ilusión,
y el amor a esa profesión a la que honran cada vez que se suben a un escenario.
Este no es un blog de crítica teatral, pero no puedo por
menos que recomendaros que vayáis a visitar los multiversos de Constelaciones
en los Teatros Luchana. Lo sé, lo sé, ya os lo he recomendado cientos de veces.
Ya sabéis, soy compulsiva…
MAYA.
Estoy completamente de acuerdo. Fui de tu mano y repetí. Qué bonito escribes querida.
ResponderEliminarComo no me deja poner mi nombre sólo te diré: "nos vemos en los teatros".
Seguro que ya sabes quien soy...
Yo fui una de esas personas que en la función 50 rompió el silencio con llantos contenidos (bueno no sé si fueron muy contenidos). También a mí me llegó al corazón, también yo sentí la historia de cerca, también a mí me trajo recuerdos, muchos recuerdos...Los dos actores muy grandes y estar allí con mis dos chicas...lo mejor.
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